XXVI. El Hijo De La Comadreja

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Tierra De Los Ríos
Los Gemelos

Jeyne caminó hasta los retretes, con la semilla de su esposo escurriendo entre sus piernas.
Detrás de las bacinillas, estaba el vinagre negro que usaba para limpiarse de él, de los sucios genes de comadreja de Stevron Frey.
Además, ya no lo necesitaba. Llevaba encinta dos lunas, si es que había calculado bien su último encuentro con Roderick Erenford.

Ser Erenford parecía un regalo de los dioses. Había llegado a Los Gemelos un año atrás, junto a su hermana Joslyn, para que la joven fuera desposada por el viejo Walder. La boda había tenido que atrasarse, por lo que su estadía en El Cruce también se extendió.

Roderick era todo lo contrario a Stevron: joven, apuesto y valiente. En más de una ocasión había dicho abiertamente que el método usado para deshacerse de los Stark en la Boda Roja, fue una artimaña sucia. El marido de Jeyne lo vio como un insolente desde que lo conoció, ella en cambio lo vio como un posible aliado. Fue así como se acercó a él, buscando la complicidad de un amigo con intereses mutuos, pero terminaron enredándose en algo parecido a un romance. Claro que sin compromisos de por medio; Roderick estaba prometido a una Cuy, y Jeyne Reyne no podía deshacerse del Frey, aún.

—¡Jeyne! Vuelve aquí —gritó Stevron desde la recámara. Su voz estaba torpe por el vino con el que se había embriagado durante la cena— ¡Jeyne!

Jeyne guardó el vinagre en su lugar, y corrió de puntillas de regreso a la cama.

—Aquí estoy, querido —le dio un besito en la frente y esperó que eso fuera suficiente.

—Jeyne... ¿Sabes qué vas a extrañarme dentro de poco? —balbuceó.

«No te extrañaría ni aunque murieras.» Pensó.

—¿Por qué dices eso, cariño?

—¡Guerra! —exclamó— ¡Otra vez la puta guerra! Ayer llegó una carta de Aguasdulces, Brynden Tully está vivo y con la ayuda de algunos hombres que aún le eran leales, ha tomado el castillo.

Jeyne sintió que la risa la doblegaria en la cara de rata de su marido. Ver sus blasones colgando de las atalayas de Aguasdulces, era todo lo que Walder Frey anhelaba, y al parecer su anhelo, jamás podría cumplirse.

—Pero... Brynden Tully debe tener pocos hombres, estoy segura que será fácil derrotarlo —dijo Jeyne.

—El maldito Blackfish dice que tiene suficientes suministros para soportar diez años de asedio ¡Mi padre no tiene tanto tiempo!

«Quieran los Dioses que al viejo no le quede ni un año más.» Pensó divertida.

—Mi amor... No quiero verte partir a otra guerra, y peor aún sabiendo que pueden ser diez años los que pases allá afuera —Jeyne le acunó el rostro entre los brazos y lo acercó a su pecho.

Stevron le subió el camisón con las manos, le acarició los muslos y quiso llegar a su intimidad, pero Jeyne lo apartó con falsa preocupación. Una sola vez en una noche era más que suficiente, la sola idea de volver a tenerlo adentro le daba arcadas.

—Querido... Lo mejor será descansar —quiso alejarlo de su cuerpo, pero Stevron era más fuerte. Y en las noches en las que bebía mucho, podía obligarla a cumplir su deber de esposa, así fuera por la fuerza.

—No, mi vida... —el hombre le apretó las muñecas y volvió a escabullir sus manos entre las piernas de Jeyne— Si me voy a la guerra y muero allá, quiero asegurarme de dejarte preñada.

—No va a ser necesario... —la voz le salió casi como un grito— Al fin lo hemos logrado —sonrió.

La noticia le quitó toda la borrachera a su marido, parpadeó varias veces y ensanchó los labios con gusto.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora