«Pero ahora lluvias lloran en su salón, con nadie que las escuche.
Sí, ahora las lluvias lloran en su salón.
Y no hay ni un alma para oír».
Después de la fallida rebelión de la Casa Reyne contra los poderosos Lannister de Roca Casterly; Tywin Lannis...
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Hastiado, cansado e impotente. Así se sentía quien fuera llamado Rey en el Norte. Jon luchaba con todas sus fuerzas, pero nada era suficiente. Sus hombres caían: desde desconocidos, extranjeros, hasta viejos amigos como el salvaje bonachón, Tormund, o Edd El Penas, su hermano juramentado de la Guardia Nocturna. Samwell Tarly, su otro gran amigo, se le había perdido en medio de la batalla. Lo más probable es que también estuviera muerto. Fantasma, su lobo huargo, peleaba con fiereza a su lado. Destruía los corrompidos cuerpos de los espectros con sus grandes garras y enormes dientes. El pelaje blanco lo tenía cubierto de sangre, y Jon sospechaba que no era de los enemigos.
Cada hombre y mujer en el gran patio, tenía un arma en mano, y aunque los muertos los superaran de veinte a uno, ninguno flaqueaba al momento de luchar. Los norteños eran fuertes y valerosos. Morían con los mentón es erguidos y los pechos hinchados de orgullo por haberse llevado aunque fuera a uno de esos demonios con ellos. El ejército traído por Daenerys también era hábil en batalla. Los inmaculados eran ordenados y atacaban todos a la par, acabando así con el mayor número posible de enemigos. Gusano Gris era un buen líder, él y un reducido grupo de menos de veinte soldados, impidieron que la horda avanzará más allá, hacia el Bosque de Dioses.
—¡Ve hacia allá! —le gritó el inmaculado a Jon, mientras formaba un escudo humano que permitiría su paso al lugar en donde emboscaría al Rey Nocturno.
Snow dejó la cabeza de su ejército, y tomó el largo rumbo del patio hasta el bosque. Era un trecho largo y pamposo, cubierto ya de varios centímetros de nieve y de antorchas caídas a diestra y siniestra. Estar más allá de la Muralla le había enseñado a manejarse en la nieve, así que no fue problema avanzar con precaucion. Pero había algo más, algo que no entendía que era, que le impedía seguir con más prisa. Conforme se acercaba a las ramas del bosque, varios cuerpos apilados y muertos comenzaron a acompañarlo en su camino. Todos eran norteños, compañeros de esa última lucha. Empezó a contarlos uno por uno, pero se detuvo al llegar a los ciento cincuenta y ocho. Yacían en el suelo, cubiertos de sangre, muchos de ellos con el rostro totalmente destrozado.
«Alguna de ellas podría ser Arya, alguno de ellos podría ser Sam.»
La tentación de buscar uno por uno a sus conocidos comenzó a hacerse más grande que su razón. No recordaba cuando había sido la última vez que sintió tanto pánico e ira. Tal vez fue cuando se enteró de la muerte de su padre, o del asesinato cobarde de Robb a manos de los Frey, o cuando tuvo a Ygritte muriendo en sus brazos sin saber cómo salvarle la vida.
«Pero debo seguir, solo yo puedo acabar con esto.» Palpó con la punta de los dedos la espada larga que le había entregado el viejo Lannister, esa que según las leyendas solo el Príncipe Prometido podía tocar. Si él era quien acabaría con la noche, debía cumplir su deber.