LXXV. Visiones En El Fuego

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Aguasdulces

Empezó a percibir una mirada curiosa desde las caballerizas. Alguien la observaba atestando golpes contra un blanco de entrenamiento. La espada de práctica golpeaba el saco de macilla y arena, una, dos, tres veces. Hasta que la cubierta gruesa cedió y el contenido se vació a sus pies como lo harían las vísceras de un enemigo.
El castellano no la aleccionaba para usar el arco, Ellys seguía siendo buena en eso. Ahora debía aprender a esgrimir la espada. No sólo usarla contra el espectro que la acechaba en los bosques, sino también para los Otros. Para los seres de hielo que el fuego le había mostrado en el bosque.

«El bosque...» Repitió. Y volvió a sentirse en medio de sauces y matorrales. Rodeada de nada más que ramas secas y el cadáver de su hijo aún colgado del cuello.

****
Aquella noche, no tenía forma de romper la soga, los maleantes de la Hermandad se habían llevado la daga que le diera Gwilym Swyft, y sus dientes no eran suficientemente fuertes para romper la cuerda.

Llegó un momento en el que la luna se escondió tras nubes oscuras, y todo vestigio de luz, desapareció. El silencio era absoluto, y entonces sintió las hojas crujiendo en algún lugar cerca a ella, eran pasos suaves y livianos.

«Son ellos, volvieron por mí.» Pensó. Lejos de sentir miedo, estaba preparada para entregarse a su muerte.

Oyó el sonido de una espada saliendo de su vaina. Esperó el ataque en cualquier instante. Nunca llegó.
Y para su sorpresa, la hoja de la espada se iluminó en brillantes llamas rojas. De un sólo tajo, la persona que la blandía cortó la soga y dejó que el cadáver se resbalara, pero no permitió que cayera al suelo.

—¡No lo toque! —gritó Ellys— Lo reconozco, usted estaba con ellos... —«Thoros de Myr... Sí... Ese era su nombre»—¡Devuelvame a mi hijo!

El hombre la apartó casi con delicadeza, se apoyó en el suelo y hundió la espada iluminada a su lado. Thoros apretó a Harwyn contra su pecho, y empezó a recitar una oración extraña en una lengua extranjera.

Zȳhys ōñoso jehikagon Āeksiot epi, se gīs hen sȳndrorro jemagon —el hombre posó ambas manos en el cuello del niño— Zȳhys perzys stepagon Āeksio Ōño jorepi, se morghūltas lȳs qēlītsos sikagon —sus palabras se hicieron más tenues. Usó una daga pequeña para cortar un poco de cabello del mechón blancuzco de su hijo y lo lanzó al fuego de la espada— Hen sȳndrorro, ōños. Hen ñuqīr, perzys. Hen morghot, glaeson.

De pronto, el viento se agitó alrededor de ellos. Una brisa caliente sopló desde los árboles, desde el suelo, desde el cielo y las riachuelos que rodeaban el paraje. Las llamas de la espada se extinguieron por unos segundos dejando todo otra vez en tinieblas.

En la oscuridad, Thoros de Myr había dejado a Harwyn sobre la tierra, y había tomado otra vez la empuñadura de su espada.

Āeksios ōño, ilōn misās —susurró. Y las llamas volvieron a encenderse.

Ellys jamás había visto algo como eso. Era aterrador. El fuego, las oraciones... Esas palabras. Corrió a abrazar a su niñito, su dulce niñito. Tenía profundas marcas azuladas en el cuello. Le acarició la frente, y la carita.

«Mi hijo... ¿Cómo dejé que te hicieran algo así?» Ni siquiera lograba derramar lágrimas, estaba cansada, harta... ¿muerta?

—Mi bebé... —masculló— Mi bebé... ¿Qué te hicieron?

De pronto, el pecho de su hijo se alzó en una bocanada desesperada. Sus ojos se abrieron tan rápido que por un instante parecieron ser tan rojos como el fuego mismo. Sus mejillas blancas volvieron a tener luz, y sus manos se alzaron para agarrar un mechón del cabello de su madre.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora