IX. El Otro Hombre

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El Norte
Fuerte Terror

El Señor del Fuerte Terror no tenía ninguna semejanza con su hijo bastardo. Su rostro estaba afeitado, de piel lisa, normal, no guapo pero no del todo vulgar. A pesar de que Roose había estado en muchas batallas, no tenía ninguna cicatriz. Aunque mucho más allá de los cuarenta años, todavía no tenía arrugas, con lineas escasas para hablar del paso del tiempo. Sus labios eran tan finos que cuando los apretaba parecía que iban a desvanecerse por completo. Había un halo de juventud alrededor de él, una quietud; en la cara de Roose Bolton, la rabia y la alegría parecían prácticamente lo mismo. Todo lo que él y Ramsay tenían en común eran sus ojos. «Sus ojos son hielo». Hediondo se preguntó su Roose Bolton alguna vez había llorado. Si es así, ¿las lágrimas se sentían frías en sus mejillas?

Una vez, un niño llamado Theon Greyjoy había disfrutado riéndose de Bolton mientras estaban sentados en el consejo con Robb Stark, burlándose de su voz suave y haciendo bromas sobre las sanguijuelas. «Debió haber estado loco. Este no es un hombre con el que se juegue». Se dijo Hediondo. No había más que mirar a Bolton para saber que había más crueldad en su dedo meñique que en todos los Freys combinados.

—Padre —Lord Ramsay se arrodilló ante su señor.

Lord Roose lo estudió por un momento.

—Ya te puedes levantar —se dio la vuelta para ayudar a una mujer a bajar del interior del vagón que los había traído.

Era una mujer baja y muy gorda, con una cara redonda y roja con tres papadas que temblaban bajo una capucha de pieles.

—Mi nueva esposa —dijo Roose Bolton— Lady Walda éste es mi hijo natural. Besa la mano de tu madrastra, Ramsay —así lo hizo— ¿Por qué has traído aquí a esa criatura? —se refirió a Hediondo— Apesta, ¿es un nuevo sirviente?

Una sonrisa se dibujo en los gruesos labios de Ramsay.

—Es mi fiel amigo, padre —dijo— Antes lo llamaban Theon Greyjoy, pero ahora tiene otro nombre, ¿verdad?

—Sí... Sí, mi lord —Hediondo dio un paso al frente y se apresuró a inclinarse ante Lord Roose— Soy Hediondo, mi lord. Mi nombre es Hediondo.

Una mueca de disgusto se imprimió en el llamado Lord Sanguijuelas. Podía ser por el olor de Hediondo, o por la monstruosidad que había hecho su hijo.

—Hablaremos de esto después, Ramsay. Ahora dale un baño... Es repugnante verlo así.

Por la noche, Lord Ramsay hizo que sacaran a Hediondo de las celdas. Lo llevó a una habitación abandonada en las afueras de las caballerizas, donde lo esperaba una tina con agua muy caliente.

—Ahora serás mi perro —le prometió— Podrás comer todos los días, y haré que te limpien cuando sea necesario. Podrás andar por el castillo, pediré que fabriquen un collar especialmente para ti —hizo una pausa para probar con la mano la temperatura del agua— Como sabes, tendremos visitas en poco tiempo, Ellys Lannister ya está en Puerto Blanco, llegará aquí en cualquier momento. Sé que la conoces bien, su presencia hará que te sientas tentado a traicionarme...

—Mi lord, yo...

—Tranquilo, no te oiré negarlo. Miénteme y tomaré tu lengua. Un hombre se volvería contra mí en tu lugar, pero sabemos lo que eres, ¿o no? Traicioname si quieres, no importa... Pero primero cuenta tus dedos y sabrás el costo.

Hediondo sabía el costo. «Siete», pensó, «Siete dedos. Un hombre puede conformarse con siete dedos. Siete es un número sagrado».

—¿Tú me amas, Hediondo? —Lord Ramsay se arrodilló al borde de la tina y frotó su espalda con una esponja jabonosa.

—¡Sí, sí, mi lord! —asintió Hediondo— Soy su Hediondo, su fiel sirviente.

—Entonces harás algo por mí, ¿está bien?

—Lo que sea, mi lord, yo estoy para servirlo.

—Creo que ya te lo comenté, pero lo reitero. Quiero que tú atiendas a Lady Lannister mientras esté aquí. Ella trae consigo a muchos guardias y a sus sirvientas, pero necesito que alguien de mi confianza se mantenga cerca a ella... Que oiga lo que dice, y que lo comparta conmigo y con mi señor Padre.

«Quiere que espíe a Ellys... Pero ella va a ser cuidadosa, ella no va a confiar en mi... Nunca confiaría en Hediondo».

—Le diré todo lo que oiga, mi lord —eso complació a Ramsay.

—Debes temerle a esa mujer, Hediondo. Ella era la esposa de aquel traidor, del hombre de hierro que invadió Winterferll y mató a los hijos de Lord Stark.

«No los mató, y él lo sabe, sabe que Bran y Rickon están vivos... El otro hombre no los mató.» Pensó Hediondo.

—Además, ella se metió a la cama de Robb Stark para poder tener un hijo y después lo traicionó uniéndose a los Lannister.

«No... Ella no lo haría, ella estaba enamorada de Robb, incluso antes de ser esposa de Theon Greyjoy, ella amaba a Robb. Él debió ser su esposo en primer lugar, ellos se merecían. El otro hombre no merecía a nadie.»

—¿En qué piensas? —murmuró Ramsay, tan suavemente como un amante. Su aliento olía a vino caliente y clavo de olor dulce— ¿Acaso estás recordando la vida de alguien más?

Un frío cuchillo rozó su espalda. «Ten cuidado», se dijo, «ten mucho cuidado».
No le gustó la sonrisa de su amo, la forma en que le brillaban los ojos, la saliva brillante en la esquina de su boca. Había visto esos signos antes. Era otro de sus juegos.

—Pienso... Sólo pienso en comida, mi lord.

—¿Comida? —Lord Ramsay se echó a reír — De verdad eres un perro, Hediondo. Anda, sal de aquí y ve a la perrera. Ahora dormirás ahí y ya no en las celdas, pediré  que te lleven algunas sobras.

Hediondo obedeció, y horas después Ben Huesos llegó a la perrera con sus obsequios. Tenía para él un collar igual al de las "chicas de Ramsay", su manada de perras; también una manta andrajosa y la mitad de un pollo. Hediondo tuvo que luchar con las perras por la comida, pero él lo sintió como si fuera lo mejor que había comido desde Winterferll.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora