Prólogo

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Más Allá Del Muro

La noche empezaba a asomarse entre las montañas heladas.

Hoat El Boquinegro, se deslizó por la nieve hasta llegar al lado de Lark, el líder del grupo. Junto a él, agazapados unos contra otros, estaban:  Hagg El Tuerto, el único que conocía a Mance Rayder, El Rey Más Allá De La Muralla, en persona; Aniel, la única mujer de la bandada, una feroz guerrera de hacha afilada; Dorel El Patichueco, el tercer hijo que Hagg había tenido con su segunda mujer, el décimo en su progenie; algunos pasos más atrás, estaban Vyson y Rulus, el primero era un medio thenn, tribu caníbal conocida por comerse la carne de sus enemigos, aunque Vyson se había criado con su padre, como un cazador de montaña cualquiera; el otro, Rulus, era el warg que se les había unido, tenía la capacidad de entrar en la mente de los animales y ver y sentir a través de ellos.

Medio día antes, Rulus había entrado en un águila, y había trazado el camino hasta el lugar donde se reunían todos los campamentos. Eran más de cuatro mil hombres libres, preparados para cruzar la muralla hacia el sur.

—Debemos acampar aquí —dijo Lark— Los árboles nos cubrirán de la nieve, y la nieve nos cubrirá de los huargos.

—Prefiero huargos que caminantes —bromeó Vyson.

«Caminantes». Se repitió Hoat. Todas aquellas historias le parecían bromas, una excusa usada por Mance Rayder para atacar a los cuervos y cruzar el muro. Él había crecido en la aldea de Mauland, donde la mayoría de hombres libres se dedicaban a pescar y coser. Nunca se vieron inmiscuidos en guerras, nunca, ni siquiera con los thenn o con la tribu de gigantes. Nunca se metían con ellos porque los necesitaban, usaban sus ropas y comían sus pescados. Incluso, habían negociado con los cuervos hace años, cuando un grupo de guardias nocturnos necesitaba una embarcación que los llevara a Eastwatch.
Los Mauland eran pacíficos, hasta que los rumores de supuestos avistamientos de espectros empezaron a cobrar fuerza. La gente entró en pánico; los cadáveres desaparecían después de ser enterrados; los lobos huargos empezaron a meterse a las chozas y arrancar a las personas de sus camas; y entonces, los thenns llegaron una noche, y se fueron contra cada persona que se cruzó en su camino.

Cuando pensaba en eso, Hoat aún podía evocar el olor de la carne asándose en medio de la nieve, nunca supo si era el olor de su hermana o de su madre. Daba igual, las habían matado a ambas.

Él pudo salir con vida porque era bueno escondiéndose. Pasó seis noches enterrado en la nieve hasta que los thenn dejaron su aldea, y cuando por fin salió, devoró los restos de carne que aún se asaban sobre el fuego.

—Fuego —la voz de Aniel lo despertó.

—¿Qué? —preguntó somnoliento.

—Fuego —repitió ella— Hagg dice que es tu turno de avivar el fuego. Vyson, Rulus y Dorel ya lo hicieron.

Aniel hizo una mueca parecida a una sonrisa. Le faltaban los tres dientes delanteros, tenía la nariz demasiado ancha y sus ojos eran dispares, como si quisiera ver al norte y al sur al mismo tiempo. Su cabeza, estaba cubierta por una enredadera de color rojo, muy opaco. "Besada por el fuego", le decían, al igual que a todos los pelirrojos nacidos.

Mientras trataba de mantener viva la llama, Hoat se volvió a mirar a Aniel, se preguntó si las mujeres del sur eran igual que ella, o si eran más agraciadas. Según los exploradores que habían tenido la oportunidad de conocer el mundo de más allá, al otro lado del muro, habían mujeres preciosas, de rostros finos como los de una gacela y labios tan dulces como las hojas de azúcar.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora