LVI. Lyah

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Ella nunca lloraba. Ni siquiera cuando llegó al mundo. Había sido prematura y débil, le faltó aire al nacer y sus sentidos se hicieron torpes. No era la hija que quería, nunca la pudo ver con ojos de amor. Aún no aceptaba que alguien como ella hubiera podido equivocarse tanto como para darle vida a esa criatura.

«Pero fue culpa de Alaric.» Solía pensar. «Él quiso tenerla, él tuvo la culpa.»

Él mismo la había nombrado: Lyah. A Jeyne se le revolvía la hiel pensando que le había puesto ese nombre en honor a Aleah, su puta, la madre de su hijo bastardo.

Ni siquiera Ellyn, que idolatraba la sangre Reyne pudo sentir cariño alguno por esa niña.

-Dejala morir -le sugirió una vez- Ya tienes una hija, sana y fuerte, no necesitas a esta otra. Déjala morir, no la alimentes... Alaric ni siquiera se va a dar cuenta.

Pero Lyah estaba aferrada a la vida, y aún sin succionar sus senos por días, siguió respirando. Como si una fuerza sobrenatural la mantuviera a salvo.
Alaric jamás lo notó, y Jeyne sintió un poco de lástima por la bebé, por lo que volvió a alimentarla esperando que algún día, pudiera despertar y darse cuenta que la amaba porque era sangre de su sangre.

Pero ese día jamás llegó.

Poco después del segundo día del nombre de Lyah, mientras Alaric estaba en uno de sus largos viajes a Dorne; la vieja Tarbeck dejó Nayland sin decirle a dónde iba. Tardó quince días en volver, se veía más feliz que cuando se fue y le dijo que finalmente, había encontrado la razón por la que Lyah llegó a sus vidas.

-Nos dará tiempo -le dijo a Jeyne- La sangre que corre por sus venas es valiosa. ¡La necesitamos para vivir lo suficiente hasta ver restaurada nuestra Casa!

«La Casa Reyne no es mi Casa.» Recordó haber pensado. «Yo soy una Lannister.»

-¿Y cómo podría ayudarnos Lyah? -preguntó.

-La maegi te lo explicará -hubo un brillo perverso en los ojos de su tía, una sonrisa segura y llena de esperanzas- Vendrá a visitarnos pronto, Jeyne. Sé que harás lo mejor para tu hija... Para Ellys...

La maegi llegó al Pantano de la Bruja una luna más tarde. Era una mujer de pequeña estatura, con los huesos marcados en la clavícula y las mejillas tan hundidas que parecían chocar entre sí por el interior de su boca. Tenía la piel tostada por el sol y sus ojos brillaban, verdes y oscuros como los de una rana.

-¡Ah! -suspiró al tener cerca a Lyah- La sangre extinta es la más valiosa. Ella servirá, no tengo dudas de eso -le dijo a Ellyn.

-¿Servirá? -preguntó Jeyne- ¿Para qué?

-Para darnos tiempo -replicó Ellyn- Ya te lo había dicho.

-¿Y cómo puede ser? ¿Le sacará un poco de sangre y...?

No necesitaba terminar la frase, los rostros de ambas mujeres lo decían todo; no necesitaban "un poco de sangre", sino toda la que fuera posible. Lyah debía morir.

-Pero cuando Alaric vuelva...

-Le diremos que la niña enfermó, sabe que es débil, no hará más preguntas -dijo su tía.

«Yo permití que lo hiciera.» Pensó Jeyne. «Yo la dejé, yo estuve ahí, yo oí sus gritos...»

****

-Está todo bien, mi lady -dijo el maestre, cubriéndole el vientre con su camisón- Por la forma que ha tomado la barriga podría pensar que será un niño, pero quién sabe, tal vez tenga una bonita niña en pocas semanas.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora