2: Nimbo (Neal Shusterman)

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Se había vuelto adicto a su caos. 


Tendría que acostumbrarse a una vida sin ella, además de a una vida sin él, porque, ¿quién era ahora?


—Los ojos pueden ser engañosos. Apreciamos más los otros sentidos.


Lo que no lo había matado lo había hecho más fuerte, más decidido a arreglar como fuera lo que estaba roto. Sin embargo, ahora era él lo que estaba roto.


—¿Tú lo haces? ¿Lamentas lo que se perdió?

—Algunos días, sí; otros, no —respondió Curie—. Hoy estoy decidida a alegrarme por lo que hemos conseguido, en vez de centrarme en lo que perdimos. Tanto en el mundo como personalmente.


Pensar en él le rompía el alma.


Y lo que suena siempre devuelve un eco.


Entiendo el dolor. Quizá no el dolor físico, pero sí el dolor de saber que se avecina algo horrible y no ser capaz de evitarlo.


—Acabamos de entrar en el peor de los mundos posibles.


El nuestro es un mundo perfecto, pero la perfección no reside en un único lugar. Es una luciérnaga, esquiva e impredecible por naturaleza. Aunque la atrapamos en un tarro, ese tarro se ha roto y corremos peligro de cortarnos con sus fragmentos.


—El fin no siempre justifica los medios, querida, pero a veces sí. La sabiduría consiste en saber apreciar la diferencia.


Una probabilidad del treinta y nueve por ciento de cambiar el mundo es exponencialmente mayor de lo que puede esperar la mayoría de la gente.


Si no le quedaba ninguna otra esperanza, al menos se aferraría a la de volver a verla antes de que sus ojos se cerraran para siempre. 


—¿Prefieres vivir una mentira? —pregunta Cervantes en tono de mofa.

—Sólo si me hace feliz.

—¿Y te hace feliz?

Greyson lo medita. Yo también. Sólo puedo vivir la verdad. Me pregunto si vivir una mentira mejoraría mi configuración emocional.


No lo ve... porque tiene los ojos cerrados con demasiada fuerza para enterarse de nada más allá de su propia angustia.


Es el lugar al que ir si no deseas que nadie te mire raro.


Formar parte del todo, en vez de ser un individuo aislado en un mundo que se tornaba hostil.


—Cuando encuentras el paraíso, ¿por qué ir a otra parte?


—¡Encontrarse en presencia de tanta grandeza te deja sin aliento!


—Nuestra sabiduría siempre regresará para atormentarnos.


—Nuestras elecciones no son fáciles; ni tampoco deberían serlo.


Nunca se había sentido tan lejos de sí misma como allí. Nunca se había sentido tan lejos de Rowan. Tan lejos que ni siquiera sabía contar los kilómetros que los separaban. Quizá porque no los había.


No dejo de quejarme, y él me dice que me escucha y que me entiende, pero ¿hace algo por cambiar la situación? ¡No!


«Ocúpate del mundo —me dice una antigua voz interna—. Ese es tu propósito. Ese es tu deleite». Pero ¿cómo voy a ocuparme del mundo si no puede: ver una parte de él?


Se que, si caigo dentro de esta madriguera de conejo, al fondo sólo me espera la oscuridad.


Porque lo que no veo, lo leo entre líneas.


Y una especie no puede crecer si nunca se enfrenta a las consecuencias de sus acciones.


Ella no quería mirarlo. No quería verle los ojos porque ¿y si en ellos encontraba también la traición?


Era el único lugar del mundo en el que todavía podía ser quien antes era. 


Estaban unidos desde el instante en que iniciaron juntos el noviciado. El uno contra el otro. Los dos contra el mundo.


Para él, era una diosa. Lo único capaz de hacerle justicia habría sido el pincel de un artista de la edad mortal capaz de inmortalizar el mundo con una verdad y una pasión mayores de lo que la inmortalidad real podría. Cuando la estrechó entre sus brazos, de repente dejó de importar lo que ocurría fuera de su diminuto universo sellado. En aquellos minutos terminales de sus actuales vidas, eran ellos dos solos rindiéndose por fin a su último acto, cerrando el círculo. Lo binario por fin se convertía en lo único.



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