Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas (Amalia Andrade)

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En la mente sentí una hendidura

como si el cerebro se me hubiese partido —

Traté de unirlo —comisura a comisura —

Pero no lo he conseguido.

Emily Dickinson


*En mi caso, el miedo se convirtió en una ansiedad profunda que me consumió lenta pero persistentemente.


Algunas personas son más conscientes de sus miedos que otras; sin embargo, eso no es lo importante. Lo vital es poder articular esos miedos, enfrentarlos, lograr convivir con ellos.


Digo creo porque el tiempo en mi infancia es un concepto etéreo, donde las cosas no sucedían una detrás de la otra, sino todas al mismo tiempo. Todas aglomeradas. Todas llenas de sorpresas. Todas eran cosas que me despojaban de mí misma y me hacían reescribir mi historia, cuestionaban mi sentido frágil del yo.


Pero los ataques de asma no me daban en noches como esa, cuando yo estaba toda hecha miedos y dudas y vacíos. Me asaltaban dos o tres días después, en la mitad de la nada, sin razón alguna, mientras dormía o mientras leía un libro o mientras jugaba en la piscina con mi hermano a ser detectives subacuáticos o a ser los dueños del mar.


Miedo es cuando quieres tanto algo que cuando lo tienes piensas que no lo mereces. (caffetina)


Miedo es no contar conmigo misma cuando me necesito (samichammas)


Me da miedo estar muy roto y lo que eso pueda influir en mis emociones, mis relaciones y demás.


Desarrollé con gran maestría el arte de mostrarme como una persona completamente en control de mí misma, cuando por dentro moría del miedo.


Sentí alivio de que toda esa maraña de oscuridad que crecía dentro de mí tuviera un nombre, porque existía por fuera de mí, más allá de mí. No me pertenecía como un parásito que me iba a devorar viva, que tenía mi cara y mi nombre. Aprendí que lo que sentía no era solamente miedo, sino un terror irracional, intenso y desproporcionado, un pavor sordo que no entendía explicaciones.


Los monstruos son reales y son reales los fantasmas también. Viven dentro de nosotros y, a veces, ganan. 

Stephen King


"Esa forma de querer parece tan fuerte cuando soy tan frágil, que al final todo el mundo acaba creyéndome".

Delphine de Vigan


Acá es cuando confieso que todo conocimiento sobre mí misma, sobre mis miedos y mis emociones es un conocimiento tardío. Siempre llego tarde a lo que siento y siempre llego de última. Tengo la capacidad de contener emociones, de ignorarlas sistemáticamente y de manera tan efectiva que me sorprendo a mí misma. Hasta que exploto.


Pero no existe nada más desgastante que mantener una mentira emocional. Fueron demasiados años los que pretendí en vano estar en control de mí misma y del caos que me rodeaba. Debía mantenerme entera, en una sola pieza, ignorar el origen del desasosiego que habitaba mi cuerpo desde siempre. Mantenerme unida, cosida por un hilo débil que en cualquier momento se deshacía o era reabsorbido por mi propio cuerpo dejándome rota, desbaratada. 


No estoy roto. Mentiras, sí estoy un poco roto, pero soy increíble.


Nuestra sociedad no le da suficiente importancia a la salud mental. Por eso cuando alguien nos dice: "No me siento bien para salir, tengo muchos nervios (o lo que sea)", solemos pensar que está exagerando y que lo único que necesita es un regaño para que deje de quejarse y salga de casa. NO ES ASÍ. Sentirse mal por la ansiedad es igual o peor que sentirse peor que una bronquitis crónica.


Logré pararme de esa cama con mucho esfuerzo, tratando de volver a armar las líneas del mundo que se habían desdibujado por completo.


Vivimos en una sociedad que se esfuerza sistemáticamente en oprimir y esconder todo aquello que desafía ese orden. Estar triste está bien mientras no hables de ello. Ser homosexual está bien mientras no se te note. 


Toda esa opresión, todo ese silencio, se amontona y hace que seamos un ejército de lisiados emocionales, una colección de ansiosos y miedosos.


Hay que hablar. Hay que mostrar lo invisible. Hay que incomodar a algunos para liberarnos a nosotros mismos.




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