Y por eso rompimos (Daniel Handler)

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Te voy a explicar por qué rompimos, Ed. Te voy a contar en esta carta toda la verdad de por qué sucedió. Y la maldita verdad es que te quise demasiado.


Voy a tirar la caja entera de nuevo en tu vida, Ed, cada objeto tuyo y mío. Voy a tirarla en tu porche, Ed, aunque es a ti a quien estoy tirando.


El mundo vuelve a ser lo que era, es lo que dice su sonrisa. Te quise y ahora te devuelvo tus cosas, las saco de mi vida como a ti, es lo que dice la mía.


Sé que no puedes imaginarlo, tú no, Ed, pero tal vez si te cuento toda la historia la entenderás esta vez, porque incluso ahora quiero que lo comprendas. Ya no te quiero, por supuesto que no, aunque todavía quedan cosas que mostrarte.


Las intuiciones se tienen o no se tienen.


—Puedo encontrar lo que tu corazón desea. Mira, lo hice una vez.


Todos te conocían, tú eres como, no sé, un actor al que todo el mundo ve crecer. Todos te habían visto antes, nadie puede recordar no haberte visto. Pero de repente, sentí una verdadera necesidad de contemplarte de nuevo en ese mismo instante, esa noche.


—Contarte cómo perdimos herirá todos mis sentimientos.

Eso me gustó, todos mis sentimientos.

—¿Cada uno de ellos? —pregunté—. ¿De verdad?

—Bueno —añadiste, y diste un trago—, podrían quedarme uno o dos. Aún podría tener alguna sensación.

Yo también tuve una sensación.


Ed, lo que sucede con los deseos del corazón es que tu corazón ni siquiera sabe lo que desea hasta que lo tiene delante.


Te devuelvo la sonrisa y aquella noche, te lo devuelvo todo. Ojalá pudiera.


—Está bien saberlo —dijiste—. Así siempre podré encontrarte.


Te ofrecí una aventura, Ed, justo delante de ti, pero no fuiste capaz de verla hasta que yo te la mostré, y por eso rompimos.


Me parte el corazón devolverte esto, pero así quedamos igualados porque tú ya tienes el corazón roto, o eso creo.


Te besé. Puedo sentir mi boca sobre la tuya, noto la sensación de lo que sentí entonces, aunque ya no lo sienta más.


—Realmente vivimos en mundos diferentes, eh... —dije.

—Sí —afirmaste—. Tú vives donde tres minutos son doscientos segundos.


Y la tercera noche fue después de que rompiéramos, lo que hubiera merecido un millón de cerillas, pero solo recibió las que me quedaban. Esa noche tuve la sensación de que, encendiéndolas en el tejado, de algún modo, las cerillas lo quemarían todo, de que las chispas de las llamas incendiarían el mundo y a todas las personas con el corazón roto. Deseaba que todo se transformara en humo, que tú te volvieras humo, aunque esa película sería imposible de hacer, demasiados efectos, demasiado pretenciosa para lo diminuta y mal que me sentía. Hay que quitar ese fuego de la película, no importa cuántas veces lo vea en las pruebas de rodaje. Pero lo quiero de todos modos, Ed, quiero conseguir lo imposible, y por eso rompimos.

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