Una Corte de Rosas y Espinas (Sarah J. Maas)

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Una vez, fue una segunda naturaleza el saborear el contraste de la hierba nueva contra lo oscuro de la tierra labrada, o un broche de amatista enclavado en los pliegues de seda esmeralda; una vez soñé, respiré y pensé en colores y formas.


Perdido donde sea en la niebla de los recuerdos en la que se había deslizado, estaba sonriendo ligeramente.


Relativamente guapo, de voz suave, y reservado, pero con una especie de oscuridad debajo de todo aquello, lo que nos había atraído el uno al otro, el compartir la comprensión de cómo de miserables eran y siempre serían nuestras vidas.


—Jamás regreses —dijo mi padre, liberando mis manos para sacudirme por los hombros—. Feyre. —Tropezó con mi nombre, su garganta se mecía—. Ve a algún lugar nuevo, y haz un nombre por ti misma. 


— Tus ojos son como estrellas, y tu cabello como oro bruñido.


Más respuestas –que–no–eran– respuestas.


Cuando mis ojos se adaptaron para regresar a la oscuridad, él estaba frente a mí. Permanecía, pero sin estar ahí. 


—Eso es lo que pasa cuando eres responsable de otras vidas a parte de la tuya, ¿no es así? Haces lo que tienes que hacer.


Para alguien con un corazón de piedra, el tuyo está ciertamente muy suave estos días. 


— ¿Siquiera sabes cómo reír?


—Era un niño en ese tiempo, demasiado pequeño para entender lo que estaba sucediendo, o incluso para saber —dijo. Un niño. Lo que significaba que él debería rondar los...—. Pero si hubiera tenido la suficiente edad, sí habría luchado. Contra la esclavitud, la tiranía—iría felizmente al encuentro con mi muerte sin importar la libertad de quien estuviera defendiendo


—Tú... ¿alteraste sus recuerdos?

—Cubrí sus recuerdos, como poner un velo sobre ellos.


—Pinturas —dije, un poco más fuerte que un susurro. Movió su cabeza y tragué, reacomodando mis hombros—. Si... si no es mucho pedir, me gustarían pinturas. Y pinceles.

—¿Te gusta el... arte? ¿Te gusta pintar?

—Sí. No soy... no soy buena, pero si no es mucha molestia... pintaré afuera, así no haré un desastre, pero...

—Afuera, dentro, en el techo, pinta donde quieras, no me importa. Pero si necesitas pinceles y pinturas, también necesitas papel y un lienzo. 


Me sonrió ampliamente y sin restricciones ni vacilación. Isaac nunca me había sonreído así. Isaac nunca había hecho que aguantara mi respiración. 


Quién sea que fuera ella, no solo se había llevado sus alas. Se las había arrancado.


Deseé tener algo más que decir, algo más para ofrecerle que mis promesas vacías.


—Porque no querría morir sola —dije, y mi voz tembló al mirar a Tamlin de nuevo, obligándome a encontrarme con su mirada—. Porque me gustaría que alguien tomara mi mano hasta el final y aun después de éste.

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