Carmilla (Sheridan Le Fanu)

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La he perdido y solamente ahora lo sé todo.


No pude verla, porque tenía el rostro vuelto hacia la parte opuesta al lugar donde yo me encontraba, pero oí su voz, muy dulce...


Creo que es la muchacha más bonita que he visto en toda mi vida.


Era un rostro encantador, y su expresión conservaba la melancólica dulzura que tenía cuando lo vi por primera vez.


Hace unos años vi tu rostro en sueños, y desde entonces me ha obsesionado de tal modo, que no he podido olvidarlo.


Entonces fue cuando te vi. Eras tal como ahora te veo, una muchacha bellísima, de cabellos dorados y enormes ojos azules.


Tu modo de mirar me conquistó inmediatamente.


Nunca he podido olvidar tu rostro. No es posible que todo aquello fuese un simple sueño. Realmente, la muchacha que vi eres tú.


Y por mi parte nunca he tenido una verdadera amiga. ¿La encontraré ahora?


Aquella joven desconocida —hasta cierto punto—me interesaba y me conquistaba. ¡Era tan hermosa y fascinante!


Los jóvenes se enamoran y encariñan al primer impulso.


Eran unos cabellos mórbidos y vivos, de color castaño oscuro con reflejos dorados. Me gustaba sentirlos en mi mano y luego soltarlos mientras mi amiga, sentada en un sillón, hablaba sin cesar. Me gustaba retorcerlos, entrelazarlos, jugar con ellos. ¡Cielo santo! ¡Si lo hubiese sabido todo!


—Querida, sé que tu corazón se siente herido. No me juzgues cruel: me limito a obedecer una ley ineludible que constituye mi fuerza y mi debilidad. Si tu corazón está herido, el mío sangra con el tuyo. En medio de mi gran tristeza, vivo de tu exuberante vida, y tú morirás, morirás dulcemente por la mía. Es algo inevitable.


—Serás mía... debes ser mía... Tú y yo debemos ser una sola cosa, y para siempre.


—¿Qué quieres decir con tus palabras? —intentaba saber—. ¿Te recuerdo acaso a alguna persona a la que amaste mucho? No me gusta que me hables así. Cuando lo haces no pareces la misma. Y tampoco yo me reconozco a mí misma cuando me miras y me hablas de este modo.


—¿Te asusta la idea de la muerte?

—Desde luego, a todo el mundo le asusta esa idea.

—¿Crees, por ejemplo, que es espantoso morir mientras se ama? Dos amantes que mueren juntos... y de este modo pueden vivir juntos para siempre...


Nunca me he enamorado, y nunca me enamoraré -afirmó Carmilla-. A no ser que me enamore de ti...


—¡Querida! Yo vivo en ti, y tú morirás en mí ¡Te quiero tanto!


Te quiero mucho, y te considero merecedora de recibir todas mis confidencias, puedes creerlo.


Me juzgarás cruel y egoísta, muy egoísta, pero recuerda que el amor es siempre así. Cuanto más inmensa es la pasión, más egoísta resulta.


No puedes imaginarte lo celosa que estoy de ti. Tú has de venir conmigo; has de quererme hasta la muerte. O puede que me odies, da lo mismo. Pero ven conmigo y ódiame a través de la muerte y del más allá.


El amor exige sacrificios.


A veces sentía el roce de una mano que me acariciaba las mejillas; otras, la presión de unos labios ardientes que me besaban, más apasionadamente a medida que los besos descendían hacia mi garganta. Allí sentía el último beso.



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