3. La Ladrona de la Luna (Claudia Ramírez Lomelí)

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PARTE 3 (LA LADRONA)


Por eso se tenía que repetir mentalmente, una y otra vez, que hacía lo correcto.


Porque ya lo había tenido y lo había perdido.

Las personas siempre decían que el dolor sanaba con el tiempo, pero él comenzaba a pensar que sus heridas necesitarían más que eso.


No había llorado desde que decidió que iba a ser fuerte. Desde que decidió que iba a proteger su corazón a toda costa.


Los momentos más dolorosos de su vida los habían causado otras personas: se iban, lo lastimaban, lo rechazaban. Y él se hartó de sufrir.


Su corazón (ese desgraciado) estaba martillando con fuerza en su pecho.


Un pedazo de su corazón (ese imbécil) se agrietaba.


Su corazón (ese estúpido) latía con fervor, más expuesto que nunca.


El amor lo podía hacer vulnerable, pero también lo podía hacer fuerte. ¿Y ahora mismo?

Se sentía más fuerte que nunca.


El universo al fin le estaba mostrando que su existencia era importante.

Toda su vida había buscado la respuesta.


Él la miraba como si ella fuera el ser más maravilloso que existiera.


<<Todavía no descubro por qué estoy aquí, pero lo haré>>.


<<Este cristal es una prisión para mí, ha ido absorbiendo toda mi esencia>>.


— ¿Recuerdas lo que te dije hace un momento? No puedo perderte. No podría soportarlo.

Emil entendía. Él tampoco podría soportar otra pérdida.


— Quieren que sacrifique algo que ame y no puedo hacerlo. Sólo tengo a una persona y no podría soportar mi existencia sin ella.


Su corazón respondió acelerando sus latidos.


En sus sueños lo abrazaba y esos eran los sueños más felices. Pero no tenían comparación con la realidad.


Ezra sentía que estaban teniendo un momento especial y no quería perderlo. Ya no quería evadir sus sentimientos. Ya no podía.


Lo que sentía por Bastian era tan inmenso que podría quemar ciudades enteras.


Comenzó a reír.

Bastian había abierto la boca; lo miraba como si no pudiera creer lo que estaba pasando. Lo miraba con total atención. Lo miraba maravillado. Como si la risa de Ezra fuera el sonido más hermoso del mundo. Como si fuera el mismísimo sol.


Él había querido besar al chico de los ojos plateados desde la noche en la que este le sonrió por primera vez. Y ahora sentía los latidos de su corazón en la sien y en las manos y en cada centímetro de su cuerpo. Porque ese era un beso que rompía con la espera. Un beso que quemaba en los labios y en el cuerpo. Un beso que hasta las estrellas añoraban desde arriba. Era la culminación de cada momento y cada palabra y cada vez que lo escuchaba decir su nombre. También era el inicio.

Era el primero, pero no el último.

Porque no había forma de que Ezra pudiera vivir sin besar a Bastian cada día. No cuando ya sabía de lo que se había estado perdiendo.


Emil

Con su valentía. Con sus ojos de sol. Con su corazón.


Ahí estaba, y era demasiado real y no podía ser.


Ella, que siempre lucía perfecta y desalmada, en ese momento parecía más humana que nunca.


Ese rostro que tanto había extrañado.

Su cabello oscuro y alborotado, su piel besada por el sol, su boca y sus labios.


En ese instante sólo quería sentir su piel y su tacto y su respiración y su corazón.


Sentía que había recuperado una parte de él que creyó perdida para siempre.


Sentía, por primera vez en mucho tiempo, que estaba bien.

Que iba a estar bien.


— Bien, te ayudaré a ordenar ese caos.

— Confiesa, sólo quieres quedarte porque no podrías soportar estar lejos de mi increíble persona.

— No voy a negarlo.

— La verdad es que yo tampoco quería que te fueras.

— Lo sé.


La luna los vigilaba desde el cielo; lucia brillante y hermosa, sin embargo, esperaba que el sol volviera a salir.


Era un ser de luna, pero ya no podía concebir su mundo sin sol.


Él no intentó salvarla. Ni siquiera la buscó. No hizo nada. ¿Cómo iba a ser capaz de perdonarse algo así?


— ¿Estás bien?

— Sí, es sólo que. . . todavía no puedo creer que soy libre.


— No sabes cuánto te extrañé.


Pero lo más impresionante eran sus ojos que captaban el reflejo de la luna y brillaban como si fueran dos estrellas del firmamento.


Y ahí, en el cielo, sólo eran él y ella.


Ahí estaba, tan grande y tan majestuoso como lo recordaba. 

Ahí, en el cielo claro y lleno de nubes blancas. Ahí, como si nunca se hubiera ido. . .

Ahí estaba el sol.


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