El Chico de las Estrellas (Chris Pueyo)

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Recuerdo haber llegado a un mundo donde las tormentas eran tristes, donde los años pasaban y los meses no gritaban su nombre, donde las habitaciones eran blancas y los sueños llegaban descalzos y despeinados a Ninguna Parte.


Y entonces entendí que había que cambiar el mundo.

Aprendí a soñar.


De las tormentas tristes, respuestas.

De los meses del año, instantes.

Del blanco de las paredes, estrellas.


Me cansé de adultos inteligentísimos y personas que aconsejan asquerosamente bien. Me cansé de que tuvieran razón, de ese tono de voz que les impedía convertirse en los favoritos de nuestra historia. De vivir de consejos y experiencias ajenas. Del desamor de los demás, de las decisiones equivocadas que no me dejaban tomar. ¿Por qué?


Mi vida son mis decisiones. Sangrar o correrme.

Elijo vivir.

Que nadie me quite de vivir.


Yo soy quien elige cómo equivocarme. Yo, o una tormenta.


¿Cuándo aprenderemos que equivocarse es bueno?


El último antídoto de supervivencia consiste en exorcizarte el alma. En filosofías de vida o religiones inventadas. En ser un poco creativos o en soplarle a la luna cuando pides un deseo. En darle el sentido a tu vida que quieras darle y hacer, de las paredes, estrellas.


Siempre he creído que tu habitación tendría que tener el color que tiene tu alma.


¿Recuerdas que soy un emigrante eterno?


Déjame entrar pero no me invites a dormir. Ten conmigo la cita que tendrías con esa persona a la que deseas para algo más que un buen rato pero te da miedo pedirle algo serio. Déjame romperte el corazón, que te va a gustar. Quiero que hagamos esto bien, ¿vale?, y después, y solo si crees que me lo merezco, llámame así.


No sé cuándo conocí al Chico de las Estrellas. Me gusta pensar que él estaba en mí mucho antes de que yo lo descubriera, que me lo cruzaba paseando, que nos poníamos las mismas botas plateadas (las de los momentos especiales) y que él es el responsable de que mi número favorito sea el azul marino y de que mi color de la suerte sea el seis.


El Chico de las Estrellas y yo hacemos las mismas cosas porque somos el mismo muchacho. Que es él quien escucha rancheras cuando está triste porque a mí me gustan las trompetas. Que ha llevado el pelo azul. Y rojo. Y rubio, rubísimo. Y que yo soy el castaño de ideas despeinadas. El que va a clase, colecciona instantes o le sopla a la luna (pidiendo un deseo, claro).


Siempre he sido un poco menos de lo que he soñado, aunque soñar, a veces, es lo único que nos queda.


Cuando me satura la vida, El Chico de las Estrellas encuentra una salida. En forma de película, en forma de libro, en forma de escapada, en forma de lo que sea. Lo importante es que después vuelve.

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