(1) Cazadores de Sombras: Ciudad del Fuego Celestial (Cassandra Clare)

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El fuego en sus venas, hacía que su mente también fuera a cien; los pensamientos le llegaban demasiado deprisa, uno tras otro, como fuegos artificiales al estallar.


A Jace le gustaba ganar, pero no se podía ganar cuando se trataba de un corazón roto, incluso si era el de otra persona, de alguien a quien se quería.


— Me parece que, si alguien te ama, debería perdonarte, si tú realmente lo lamentas.

— Creo que depende de lo que hayas hecho.


— Aquí huele a corazón roto —soltó Jace.

— Es la comida china. —Magnus se echó sobre el sofá y estiró las largas piernas.


— Y aunque tu parabatai es la persona más cercana a ti en el mundo en cierto modo, no puedes enamorarte de él. Y si muere, parte de ti también muere.


Odias hablar de ti mismo, y prefieres hacer enfadar a la gente que a darles pena.


Eso era lo que su padre había querido decir: al igual que Cortana, ella tenía acero en las venas y debía ser fuerte.


— ¿No vas a perdonarme nunca?

— Yo... —Magnus calló y apartó la mirada, negando con la cabeza—. Alec. Te he perdonado.


— Me ha sorprendido un poco que no me llamaras o me enviaras un mensaje para decirme que te marchabas.

— Nunca has contestado ni a las llamadas ni a los mensajes —le recordó Alec.

— Eso no te ha detenido antes.

— Todo el mundo se detiene, al final —replicó Alec.


— Eres tan... eres... Lo que quiero es besarte —dijo Magnus de golpe, y luego negó con la cabeza—. ¿Ves?, por esto no he querido verte.


— Te perdono, pero no puedo estar contigo. No puedo. No funciona. Voy a vivir eternamente, o al menos hasta que alguien finalmente me mate, y tú no, y es demasiado para que lo aceptes.


— Lo he lamentado y lo he entendido y me he disculpado y disculpado, y tú ni siquiera estabas ahí. Lo he hecho todo sin ti. Así que me pregunto qué más puedo hacer, sin ti.


—Todas las parejas tienen juntos el tiempo que tienen, y no más. Quizá no seamos tan diferentes en eso. Pero no sé cuándo naciste. No sé nada de tu vida, ni cómo te llamas de verdad ni nada de tu familia, ni cómo era el primer rostro que amaste, ni la primera vez que te rompieron el corazón. Tú lo sabes todo de mí, y yo no sé nada de ti. Ese es el auténtico problema.


— Necesito que vivas —le susurró; se dio la vuelta de golpe, y se alejó.

«Necesito que vivas» .


Sin duda era demasiado joven para tener tantos fantasmas.


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