1: La Vida Invisible de Addie LaRue (V.E. Schwab)

220 6 7
                                    


Permanece totalmente inmóvil, e intenta contener el tiempo como si estuviera conteniendo la respiración; como si gracias a su fuerza de voluntad pudiera evitar que el reloj siga corriendo, que el chico que está a su lado se despierte y conseguir que el recuerdo de la noche que han pasado juntos permanezca intacto. Por supuesto, sabe que es imposible. Sabe que la olvidará. Como siempre sucede. No es culpa suya, nunca es culpa de ellos.


¿Qué es una persona, sino las huellas que deja?


Su rostro se encuentra ahora a centímetros de ella, con la boca entre abierta y unos rizos negros que le cubren los ojos; sus pestañas oscuras contrastan con la palidez de sus mejillas.


En una ocasión, la oscuridad se burló de la chica mientras ambos paseaban a lo largo del Sena, le hizo creer que tenía un «tipo», insinuando que la mayoría de los hombres que elegía, e incluso algunas de las mujeres, se parecían mucho a él.

El mismo cabello oscuro, los mismos ojos penetrantes, los mismos rasgos.

Pero no era justo.


Después de todo, la oscuridad tenía ese aspecto debido a ella. Le había dado esa forma. Había elegido esa apariencia.


«¿No te acuerdas de cuando no eras más que humo y sombra?», le dijo ella entonces.

«Cariño», le había contestado él de esa forma suave y hermosa, «yo era la noche misma».


Pero no sucederá de ese modo, y ella prefiere no ver la acostumbrada expresión vacía, prefiere no ver cómo el chico trata de llenar los huecos donde deberían estar los recuerdos de ella.


Contempla su reflejo en el espejo del pasillo y ve lo mismo que los demás: las siete pecas, dispersas a lo largo de su nariz y sus mejillas como un grupo de estrellas.

Su propia y particular constelación.


No tiene que ver con el método: da igual cómo intente decir su nombre, cómo intente contar su historia. Y lo ha intentado: con lápiz, con tinta, con pintura, con sangre.


Entonces él sonríe también y es como si un rayo de luz iluminara las sombras de su rostro.


Esta es la hierba entre las ortigas. Un lugar firme. No puede dejar su propia huella, pero si tiene cuidado, es capaz de entregársela a alguien más. Nada específico, por supuesto, pero la inspiración rara vez lo es.


—Pero quiero conocerte —dice Toby apoyando la guitarra en el suelo y siguiéndola por el apartamento, y ese es el momento en que nada parece justo, la única ocasión en que siente una ola de frustración que amenaza con romperse.

Porque ha pasado semanas conociéndolo. Y él ha pasado unas horas olvidándola—. Espera.

Odia esta parte. No debería haberse quedado. Debería haber desaparecido de su vista, así como de su mente, pero siempre guarda la persistente esperanza de que esta vez sea diferente, de que esta vez la recuerden.

Yo me acuerdo de ti, le dice la oscuridad al oído.


—Hay días en los que acabas con las manos vacías —dice dirigiéndose a la puerta.

Frases de LibrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora