1. Call Me by Your Name: Llámame por tu nombre (André Aciman)

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«¡LUEGO!» Una palabra, una expresión, una actitud. Nunca había escuchado a nadie utilizar «luego» para despedirse. Me resultó arisco, seco y despectivo, dicho con la velada indiferencia de alguien a quien le daría igual no volver a verte o no saber nada de ti.


Puede que todo comenzase precisamente allí y en aquel instante.


Observa, pensé yo, así es como se despedirá de nosotros cuando llegue el momento. Con un brusco y chapucero «¡luego!».


Estaba francamente intimidado.

Era uno de los inaccesibles.

Bueno, podría intentar que me gustase. Desde su barbilla redondeada hasta sus pulidos talones. Y después, tras unos días, aprendería a odiarle.


Me gustaba que me leyese la mente.


Sin percatarme y sin ni tan siquiera admitirlo había estado intentando (sin éxito) recuperarle.


Miras a alguien, pero en realidad no ves a la persona, está entre bastidores. O te percatas de su presencia pero no conectas, no «captas» nada, y antes incluso de percibir su estampa o alguna extraña perturbación, se te han pasado las seis semanas que tenías y en ese momento, o ya se ha marchado o está a punto de hacerlo y entonces te encuentras peleando para poder asimilar algo que, sin tú saberlo, se ha estado gestando ante tus narices y que muestra todos los síntomas de lo que comúnmente se denominaría «Yo quiero».


Reconozco el deseo cuando lo veo y así, sin embargo, esta vez, se me pasó por completo. Iba en busca de la sonrisa maliciosa que arrojase una repentina luz sobre su gesto cada vez que me leyese la mente, cuando lo único que quería era piel, tan sólo piel.


Me sentí emocionado y halagado; obviamente estaba interesado en mí, le gustaba. No había sido tan complicado al final.


Me desarmó por completo. ¿Qué había hecho yo para merecer tal cosa? Quería que volviese a ser amable conmigo, que se riese como había hecho tan sólo unos pocos días antes.


Me gustaba cómo nuestras mentes parecían trabajar de forma paralela y, de manera instantánea, inferíamos los juegos de palabras del otro, pero al final siempre nos conteníamos.


Y pensar que casi me enamoro de la piel de sus manos, de su pecho, de sus pies que nunca habían pisado tierra áspera en su vida y de sus ojos que cuando te dedicaban la otra mirada, la de semblante dulce, te portaban el milagro de la resurrección. Nunca era demasiado tiempo el que pasabas mirándolos, sino que necesitabas seguir al tanto para averiguar por qué no podías evitarlo.


Hoy el dolor, las esperanzas, la excitación de lo novedoso, la promesa de tanta dicha rondando las puntas de los dedos, el deambular entre gente que podía llegar a malinterpretar pero que no quería perder y por lo tanto debía hacer constantes conjeturas, el ingenio desesperado que le brindo a todo el mundo que quiero y deseo que me quiera, las separaciones que intercalo entre el mundo y yo que no son sólo una, sino una serie de capas de puertas deslizables de papel de arroz, el impulso por codificar y descodificar lo que ni siquiera estuvo jamás en código.

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