Pánico (Lauren Oliver)

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Como el rastro de la luna luego del sol, bonita sola, pero completamente eclipsada por cualquier comparación entre las dos.


Todavía tenía la misma sonrisa misteriosa en su cara, como alguien que sabe un gran secreto, y que sabe también que nunca lo dirá.


Jake fue capturado por la urgencia de tomarla y besarla. Pero el sabía que nunca podría. Ella no era para él; no era para nadie. Era más que eso.


Ella olía como flores silvestres y el mar, como lugares lejanos.


Esos ojos; las pestañas largas, el lunar bajo su ceja derecha.


Hay algo sobre ella.

Algo sobre ella. Lo que significaba: nada sobre ti.


Había planeado decirle que lo amaba esa noche.


Cuando era pequeño, incluso había fantaseado que tenía su propio mundo secreto, un lugar privado de sombras, donde podía acurrucarse y esconderse.


Había algo elegante sobre ello: como la gente veía sin ver, como la mente se llenaba con expectación, como los ojos te traicionaban.


Tal vez, pensó, era porque la gente no cambia.


Heather había leído una vez un artículo en línea sobre cómo el tiempo era relativo, y se movía más rápido o más lento dependiendo de donde te encontrabas y de lo que hacías. Pero nunca había entendido como se movía más lento durante cosas realmente horribles —clases de matemáticas, citas en el odontólogo—, y se aceleraba cada vez que intentabas que el tiempo fuera lento. Como cuando hacías un examen, o en tu fiesta de cumpleaños. O como en este caso, temiendo algo. ¿Por qué el tiempo debía estar en el lado incorrecto de la relatividad?


Pero esa era la forma en que funcionaba; evolución, suponía: el orden de las cosas.


Siempre podía leerla; amaba y odiaba eso al mismo tiempo.


Tal vez no pensaba que fuera lo suficientemente bonita. Tal vez se avergonzaba de ella.

Tal vez había estado mintiendo entonces, para ahorrar sus sentimientos. Tal vez nunca lo conoció realmente.


Pensó: nada y ninguno de nosotros volverá a ser igual.


Aún así, la idea siguió tamborileando a través de ella, como el golpeteo constante de la lluvia: que nadie jamás la amaría.


— ¿Crees —Heather tomó una respiración profunda—, crees que alguien alguna vez me amará? — Te amo —dijo Nat—. Bishop te ama. Tu mamá te ama. —Heather hizo una cara, y Nat dijo—: Lo hace, Heather, a su propia manera. Y también Lily te ama.


También te amo, sabes. Sería un caso perdido sin ti. Lo digo en serio. Estaría alejada, no sé, dibujando alienígenas en mis papas molidas en este momento.

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