Siega (Neal Shusterman)

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Citra estaba sentada a la mesa del comedor, devanándose los sesos con un problema de álgebra de los difíciles, cambiando de sitio las variables, incapaz de resolver ni la equis ni la i griega, cuando una variable nueva y mucho más perniciosa entró en la ecuación de su vida.


El negro era la ausencia de luz, y los segadores defendían lo contrario: luminosos e iluminados, se consideraban lo mejor de la humanidad...


—Me gustan las preguntas directas —repuso el segador—; demuestran un espíritu sincero.


El pasado nunca cambia... Y, por lo que veo, tampoco el futuro. Citra comprendió a qué se refería: el crecimiento de la civilización había llegado a término. Todo el mundo lo sabía. En lo concerniente a la carrera humana, no quedaba nada más que aprender, nada que descifrar sobre nuestra propia existencia. Lo que significaba que no había ninguna persona más importante que otra. De hecho, si se veía la situación en su conjunto, todo el mundo era igual de inútil. Eso era lo que estaba diciendo, y Citra estaba furiosa porque, en cierto modo, sabía que tenía razón.


«La muerte nos convierte a todos en hermanos». Rowan se preguntó si, en ese caso, un mundo sin muerte los convertiría a todos en desconocidos.


Dolía. Dolía más que nada que hubiera sentido antes (dolía más de lo que se suponía que debía sentir una persona), aunque sólo hasta que los microscópicos nanobots analgésicos que le circulaban por la sangre liberaron sus opiáceos.


Sin embargo, recuerda que el infierno no es lo único que está lleno de buenas intenciones. Hay muchos sitios más.


No había forma, lo habían juzgado y condenado; cuanto más lo negara, más convencidos estarían de su culpabilidad. No necesitaban su acto de valentía, sino un chivo expiatorio, alguien a quien odiar.


La catarsis sólo se lograba a través del amor y, teniendo en cuenta que eran desconocidos atrapados en un palco, para ellos resultaba más incómodo que catártico.


Comenzó a sentirse como un fantasma en su propia vida, un ser que existía en un artificial punto ciego del mundo.


No se sentía moralmente superior a nadie, aunque sí que tenía una empatía más desarrollada. Se preocupaba por los demás, a veces incluso más que por sí mismo.


Vivir entre la perspectiva de un cielo eterno y desconocido y una Tierra oscura y envolvente debía de ser glorioso, porque ¿cómo si no podría haber originado una expresión tan magnífica? Ya nadie creaba nada valioso...


—Me caías mucho mejor antes de conocerte —le soltó Rowan.

—Todavía no me conoces —apuntó ella, lo que era cierto.


Era la clase de chico que se guardaba sus emociones para sí, por lo que no lograba interpretarlo. Era opaco y eso la inquietaba. O quizá fuera tan transparente que veía a través de él hasta llegar al otro lado. No estaba segura.


Sus círculos tenían tantas posibilidades de cruzarse como Júpiter y Marte en el cielo nocturno. Aun así, habían acabado convergiendo.

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