1: Delirium (Lauren Oliver)

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Las enfermedades más peligrosas son aquellas que nos hacen creer que estamos sanos.


Amor: La más mortal de todas las cosas mortales. Te mata tanto cuando lo tienes como cuando no lo tienes.


El corazón es algo muy frágil. Por eso hay que tener tanto cuidado con él.


—Las opciones son siempre limitadas —replicó brusca—. Así es la vida.


—Ya sabes que no puedes ser feliz a menos que seas desgraciada alguna vez. ¿Verdad?


«Pronto. Pronto habrá terminado».


«Te amo. Recuerda. Eso no pueden quitártelo».


Me va a doler dejarla cuando me vaya. Nuestros secretos nos han acercado y nos han unido.


Algún día, todos seremos salvados.


Es raro cómo funciona la vida. Deseas algo y tienes que esperar y esperar, y sientes que no llega nunca. Luego sucede y se va, y todo lo que deseas es acurrucarte una vez más en el instante anterior a que cambiaron las cosas.


Hay que ser consciente de que siempre hay gente escuchando lo que dices.


El mundo parece detenerse un instante.


Nunca se tiene lo que se necesita de verdad.


—He dicho que prefiero el océano cuando está gris. No exactamente gris. Un color pálido, indefinido. Lo relaciono con la esperanza de que suceda algo bueno.


Pero no puedo, no podría, no podría jamás. No tengo elección.


Y por ridículo que sea, no puedo quitarme de la cabeza la sensación persistente e incómoda de que algo se me escapa, o se me ha olvidado, o quizá lo he perdido para siempre.


Y sé que ella, como todos los demás, nos está concediendo este momento, nuestro último momento juntas, antes de que las cosas cambien definitivamente y para siempre.


Todo termina, la gente cambia y no mira atrás. Así debe ser.


Una vez me dijo que yo le gustaba porque soy real, porque siento las cosas de verdad. Pero ese es el problema: lo mucho que siento las cosas.


Todas las personas en quienes confías, todas aquellas con las que crees que puedes contar, te acaban decepcionando.


—Ya lo sé, pero las cosas cambian.


—Y tú no puedes seguir con tanto miedo todo el tiempo.


Por un segundo, hasta la música desaparece y todo lo que oigo es algo firme, sereno y bello, como el toque lejano de un tambor, y pienso: «Estoy escuchando mi corazón», pero sé que eso es imposible, porque mi corazón también se ha detenido.


Un mundo sin miedo.


Estoy harta de que la gente actúe como si este mundo, este otro mundo, fuera el normal, mientras que yo soy la rara. No es justo: todas las reglas han cambiado de repente y alguien se ha olvidado de contármelo.


—Me resulta un poco extraño que haya vivido toda mi vida sin verte y de repente aparezcas por todas partes.


—Es difícil no fijarse en ti.


Es solo que no quería que se hubiera ido para siempre. Era mejor imaginármela por ahí en algún sitio, cantando...


El pasado no es más que un lastre.


Si oyes que el pasado te habla, si sientes que tira de tu espalda y que te pasa los dedos por la columna, lo mejor que puedes hacer, lo único, es correr.


En este momento es como si entre nosotras hubiera un muro de cristal, invisible pero infranqueable.


«Los sentimientos no son para siempre. El tiempo no espera a nadie, pero el progreso espera a que el hombre lo haga realidad».


Dicen que una palabra hiere más profundamente que una espada; nunca me había dado cuenta de lo cierto que es.


Quiero hacerla feliz, como siempre he tratado de hacer, quiero verla dar un salto de alegría con el puño en alto y una de sus famosas sonrisas.


No queda nada que decir, pero no puedo soportar la idea de darme la vuelta y alejarme.


Ese es el quid de la cuestión, después de todo. No se puede volver atrás.



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