5. Cadena de Espinas: Las Últimas Horas (Cassandra Clare

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—Estás en duelo —dijo—. Pero eres una guerrera. Siempre has sido una guerrera.


Tal vez ser un cazador de sombras significaba simplemente dibujar runas sobre las cicatrices de uno, una y otra vez.


—Cuando todo se ha ido al infierno —dijo Alastair—. Se centra la mente con bastante eficacia.


—Creo que ambas sabemos que cuando pierdes a alguien que amas —dijo Cordelia con cuidado—. La tentación de hacer cualquier cosa para recuperarlo es abrumadora.


Y ella no dejaría que se perdieran.


La reconocería en cualquier lugar, bajo cualquier luz.


—Me dije a mí misma que no viniera a ti —dijo Anna con amargura—. No deberías tener que compartir la carga de mi dolor. Es mío para llevar.

—Es nuestro —dijo Ari—. Nadie es fuerte e impenetrable todo el tiempo, y ninguno de nosotros debería serlo. Todos tenemos que bajar la guardia alguna vez. Estamos hechos de diferentes partes, tristes y felices, fuertes y débiles, solitarios y necesitados de los demás. Y no hay nada vergonzoso en eso. 

—Si todos estamos hechos de diferentes partes, entonces yo soy todo un tablero de ajedrez.

—Nunca un tablero de ajedrez —dijo—. Nada tan sencillo. Eres un tablero pachisi de colores vivos. Eres un juego de backgammon con triángulos de nácar incrustados y piezas de oro y plata. Eres la reina de corazones.

—Y tú —dijo Anna en voz baja—. Eres la lámpara que da luz, sin la cual no se puede jugar el juego.


—Aun así, fui egoísta. Pensé . . . me dije a mí mismo que no la amabas. Y que yo la amaba, amaba estar con ella, porque...

—Porque ella es quien es —proclamó James.


—Math. La bebida no, no te ha hecho, más ingenioso, más encantador, más digno de amor. Lo que hizo fue hacerte olvidar. Eso es todo.


— Queremos desesperadamente estar con aquellos que saben la verdad sobre nosotros. Nuestros secretos.


—Esa primera noche —dijo Matthew—. Después de que pasara, tomé una botella de whisky del armario de mis padres y la bebí. Me enfermé vilmente después, pero por los primeros momentos, cuando nubló la agudeza de mis sentidos y pensamientos, el dolor se desvaneció. Se fue. Sentí una ligereza en el corazón, y eso es lo que he estado buscando una y otra vez. Que el dolor termine.


—Siempre has ocupado tu lugar en mi corazón —respondí.


—Me asustaste hoy —confesó Alastair—. En la estación de tren. La primera iratze que puse en ti, se desvaneció. —Su voz tembló—. Y pensé, ¿y si te pierdo? ¿De verdad perderte? Y me di cuenta de que todas las cosas que he tenido miedo todo este tiempo, lo que pensarían tus amigos, lo que significaría para mí quedarme en Londres, no significan nada comparado con lo que siento por ti.


—No tienes que responder nada, Thomas. Sé lo que espero. Espero contra toda esperanza que puedas sentir algo como lo que yo siento por ti. Es casi imposible imaginar que alguien se sienta así por mí, dado lo que soy. Pero lo espero. No solo porque deseo tener lo que deseo. Aunque te deseo —añadió en voz más baja—. Te deseo con un ardor que asusta.


—No creo que alguien haya pensado alguna vez que yo era hermoso, exceptuándote a ti.

—Eso no es cierto —afirmó Alastair con franqueza—. No ves cómo las personas te observan. Yo lo hago. Solía hacerme rechinar los dientes, me ponía tan celoso, pensaba que de seguro escogerías a cualquiera en este mundo que no fuera yo.


—Pensé que te habías ido para siempre. Pensé que te había perdido.


—Pensé que ibas a morir —susurró Anna—. Que ambas íbamos a morir. —Su cabello oscuro caía sobre sus resplandecientes ojos azules; Ari no quería nada en ese momento además de besarla—. Y me di cuenta de que me sacrificaría en un momento. Pero no a ti. No podría soportar perderte.

—Y yo no podría soportar perderte —dijo Ari—. Así es que no habrá sacrificio de tu parte. Por mi bien.


Jem sabía que, incluso después de una pérdida inimaginable, uno debe continuar: la vida tenía que ser vivida y uno aprendía a soportar las cicatrices.


—Lo que estoy dejando detrás de mí es el mantener secretos. No todos los secretos —sonrió un poco— pero aquellos que mantenemos por vergüenza, o algún fracaso imaginario que otros juzgarán. Nuestros fracasos son siempre más monstruosos en nuestros propios ojos que en los de los demás, en los ojos de aquellos que nos aman, somos perdonados.


«Tú eres la luna en el cielo, y yo soy la estrella que da vueltas a tu alrededor».


—Una vez me dijiste que no crees en los finales, felices o no —dijo, su mano callosa acunando suavemente la parte posterior de su cabeza— ¿Sigue siendo cierto?

—Por supuesto —dijo ella— Tenemos mucho por delante: bueno, malo y todo lo demás. Creo que este es nuestro medio feliz. ¿No es así?


—La vida es una larga cadena de eventos, de decisiones y elecciones.


El problema es que nadie parece entender por qué uno no desea beber. Es muy frustrante. Todo el mundo reconoce que uno puede beber en exceso y que es necesario dejarlo por el bien de la salud, pero encontrarse con una persona así en realidad los desconcierta.


—En el pasado cometí tantos errores, causé tanto dolor. ¿Puedo compensarlos? ¿Los llevaré conmigo para siempre, o puedo dejarlos atrás en el pasado?


Vivir magníficamente —dijo Oscar, como si eligiera cuidadosamente sus palabras—, significa que tus alegrías serán magníficas, pero también lo serán tus dolores. Celebrarás grandemente y sufrirás grandemente. Tal es el pacto de tal vida.







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