3. Cadena de Hierro: Las Últimas Horas (Cassandra Clare)

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Lo que quiero decir —prosiguió Thomas, con un tono de voz muy cortante—, es que no creo que te creas las tonterías que dices. Y no entiendo por qué las dices. No tiene ningún sentido. Es como si quisieras alejar a todo el mundo.


—A veces —dijo—, no es suficiente con que te amen. No creo que Matthew se ame mucho a sí mismo.


—¿En qué estás pensando? —preguntó Lucie discretamente, intentando un rumbo diferente.

—En cómo se siente —dijo Matthew lentamente—, ser completamente indigno de la persona que más amas en el mundo.


—Es difícil mantener secretos —dijo James—. Tanto para aquellos que no conocen la verdad, como para aquellos que la ocultan.


Era como si una luz de bronce y oro cayera sobre mí, dentro de mí, quemando mis venas, haciéndome querer luchar. Y esos demonios huyeron de mí.


Ármate de valor, niña. Si alguna vez soy capaz de enseñarte algo, que sea a armarte de valor. El mundo es difícil, y hará todo para destruirte. Esa es la naturaleza de las cosas.


Ella haría todo lo que fuera necesario para salvarlo, para que así él pudiera salvarla a ella.


Si había una cosa que no podía soportar, era que otras personas tuvieran expectativas. Siempre los decepcionaba.


—Lo sé, pero a veces creo que es más complicado perder a alguien con quien estamos en malos términos que alguien con el que estemos bien.


—Hay puertas en tu mente que conducen a otros mundos —dijo Magnus—. Una mente siempre está viajando, se suele decir.


—¿Cómo llegaste a mí, a donde yo estaba?

—No estoy segura —dijo Cordelia—. Escuché que me llamabas. Era como si algo me empujara hacia ti, pero todo lo que podía ver eran sombras, y luego sabía que estabas en la oscuridad. Que tú estabas ahí.


Tú eres mi estrella constante, Daisy.


El mundo se sentía inmóvil y congelado, como si estuviese presionado bajo un cristal.


Sé tú mismo y solo tú mismo.


—Debes parar con eso —dijo—. Te harás indigna por considerarte indigna. Nos convertimos en lo que tememos ser, Layla.


Layla, lo que más quiero para ti por sobre todas las cosas es que sigas de verdad tus sueños. Sin desprecios, ni vergüenza, ninguna opinión de la sociedad es más importante que eso.


Ahora que puedo verte claramente, veo que eres infeliz, pero ¿por qué, cuando tu amas y eres más amado que cualquiera que conozca?


—Lo sé, por experiencia propia —dijo James—, lo que es vivir con la oscuridad dentro de uno. Una oscuridad a la que le temes.


—Nunca he visto oscuridad en ti.


Era como la luz de las estrellas, pensó Ariadne: parecía cálida, radiante y cercana, pero en realidad estaba a incontables kilómetros de distancia.


—No estoy enojada contigo, ni intento castigarte. Pero estoy feliz con quien soy. No deseo un cambio.

—Quizás no estés enojada conmigo —dijo Ariadne. La humedad se había acumulado en sus pestañas, parpadeó para alejarla—. Pero estoy enojada conmigo misma. No puedo perdonarme a mí misma. Te tenía, tenía amor, y me aparté de él por miedo. Y tal vez fue una tontería por mi parte pensar que podría volver a tomarlo, que estaría esperándome, pero tú... —Su voz tembló—. Me temo que es por mí que te has convertido en lo que eres. Dura y brillante como un diamante. Intocable.


Quería enredar sus manos en su espeso y suave cabello y decirle que la curva de su clavícula le daba ganas de escribir sonetos.


—Supongo que simplemente pensé que era suficiente que lo supieras —dijo—. Que tú quizás, si algo me pasara alguna vez, recordarías que te amé con desesperación.


—Recuerdo —dijo—, en el baile, la primera vez que realmente te conocí, me dijiste que era hermoso. Eso me sostuvo durante mucho tiempo, ¿sabes? Soy muy vanidoso. No te amaba entonces, no creo, aunque recuerdo haber pensado qué bien te veías cuando tus ojos brillaban con enojo. Y después en el Hell Ruelle cuando bailaste y probaste que eras más valiente que el resto de nosotros combinados, lo supe con seguridad. Pero el amor no es siempre como un relámpago, ¿no? A veces es como una enredadera. Crece lentamente hasta que es todo lo que hay en el mundo.


—Derechos —dijo—. Todos tenemos el derecho de sentir dolor James, e infelicidad.


Pero la verdad es que el dolor es veloz y leal. Siempre te seguirá.


—No puedes salvar a los que no quieren ser salvados —dijo Magnus—. Solo puedes permanecer a su lado y que se despierten y se den cuenta de que necesitan que los salven, estarás ahí para ayudarlos.



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