1: Fantasmas del Mercado de Sombras

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Pero la fe creaba verdad.


Nunca le habían enseñado a cerrarse en sí mismo, a no hacer otra cosa que deleitarse y confiar en el mundo.


Algunos dirían que solo un río poco profundo podría resplandecer tan brillantemente.


—¿No es la chica más bonita que has visto nunca?

—Todo lo que sé es que —continuó Matthew—, tienes a todas las chicas de Londres miserablemente derrotadas.


Un secreto guardado por tanto tiempo puede matar a un alma por muy poco. Un secreto así es como guardar un tesoro en una tumba. Poco a poco, el veneno devora el oro. Para cuando la puerta es abierta, puede que no quede nada más que polvo.


Ella siempre fue su ancla en los mares fríos, su mano cálida, sus ojos firmes, y fue como si una llama saltara entre ellos y fuera una loca esperanza.


¿A dónde lo llevaré?

—A donde quieras. Pensaba caminar un poco contigo, mi parabatai.

¿Cuán lejos? preguntó Jem.

—¿Necesitas preguntar? Iré contigo lo más lejos que sea posible.


Nadie sabía mejor que Jem que alguien podía no ser completamente conocido y aun así ser completamente amado. Perdido en todos sus pecados y querido en la oscuridad.


Anna pasó su brazo alrededor de la cintura de su belleza fantasma; había bailado con ella muchas veces. Aunque Anna no podía ver su rostro, juró que podía sentir la tela del vestido de su amante, el suave sonido sibilante que hacía al rozar el suelo. El corazón de la dama revoloteaba cuando Anna le apretaba la mano. Su dama usaría un aroma delicado. Azahar, tal vez. Anna presionaría su rostro más cerca de la oreja de la dama y le susurraría.

—Eres la chica más hermosa aquí —diría Anna.

La dama se sonrojaría y se acercaría más.

—¿Cómo es que te ves más adorable con cada luz? —continuaría Anna—. La forma en que el terciopelo de tu vestido se aplasta contra tu piel. La forma en que tu...


—¿Tú has causado alguna explosión? —le preguntó a Anna.

—Todavía no —respondió Anna—. Pero la noche es joven.


¿Sabía lo hermosa que era? ¿Sabía que sus ojos eran del color del oro líquido, y las canciones que podrían ser escritas acerca de la forma en que giró la muñeca para alcanzar su copa.


—Tengo un alma perifrástica.


—Es cierto —respondió—. Nuestro más grande poeta y murió en pobreza y oscuridad, no hace mucho. Lo arrojaron a la cárcel porque amaba a otro hombre. No pienso que el amor pueda ser incorrecto.


—Me gustaría besarte —dijo Ariadne. Su voz vibraba con un miedo que Anna conocía demasiado bien. Ariadne tenía miedo de que Anna fuera a apartarla, rechazarla, y salir corriendo y gritando. ¿Pero cómo Ariadne no había notado cómo se sentía ella? —. Por favor, Anna, ¿puedo darte un beso?

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