2. La Reina Roja (Victoria Aveyard)

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En sus ojos azules se refleja la luna, que brilla en la oscuridad con un fuego frío.


— Porque este mundo no está bien.


No me conocía de vista como los demás, pero me trataba bien. Como persona. Creo que fue mi primer amigo de verdad.


Pero quizá sea esto lo que él escondía desde el principio... su verdadero corazón.


— Tu gente es mil veces más violenta y cruel que la mía.


Su cabello dorado recoge la luz de la luna.


Él me ha enseñado sobre la muerte. El tiempo anterior. Las guerras. Pero más allá, en una época en la que las cosas aún podían cambiar, había revoluciones. La gente se rebelaba, los imperios caían y las cosas cambiaban. La libertad se movía en oleadas, subía y bajaba de acuerdo con las circunstancias.


—La revolución necesita una chispa.


—Cuando peleo, tengo intención de ganar.


Pero por un breve instante experimento qué se siente ser uno de ellos. Sentir una fuerza y poder absoluto, saber que puedes hacer lo que millones no pueden.


Se mueven como si bailaran al ritmo de una música que nadie más puede oír.


Él intenta esconderlo, pero no lo logra: estuvo enamorado de ella alguna vez, y quizás aún lo está.


Ahora que sé lo que su temperamento es capaz de hacer, me sorprende que pueda mantenerse bajo control.


Y por qué esto me asusta, no lo sé. Por qué me importa, no lo puedo decir.


Este mundo es Plateado, pero también gris. No existe el blanco y negro.


Todo el mundo puede traicionar a cualquiera.


Está en nuestra naturaleza, dijo Julian. Nosotros destruimos. 


Por más que quiero quedarme quieta, detener el tiempo y permitir que este momento dure para siempre, sé que no es posible. Pese a todo lo que yo pueda sentir o pensar.


Esto no es una chispa de destrucción, sino una chispa de vida.


Me iba a dormir todas las noches odiándome a mí misma, deseando ser capaz de cambiar, poder ser tan callada, talentosa y guapa como ella. No existe nada más doloroso que esa sensación.


—Llamaron a la muerte de mi hermana un suicidio. —Poco a poco, pasa los dedos por su muñeca, recordando algo de hace mucho tiempo—. Eso fue mentira y lo sabía. Era una persona inclinada a la melancolía pero nunca habría hecho una cosa así.

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