Harry Potter: La piedra filosofal (J.K. Rowling)

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—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido!


Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).


Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra.


—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?

—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.


—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles.


—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad... Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.


Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran.


—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extra­ña, Petunia, ellos no son como tú y yo.


—Me refiero a nuestro mundo Tu mundo. Mi mundo. El mundo de tus padres.

—¿Qué mundo?

Harry de­bes saber que eres un mago.

—¿Que soy qué? —dijo Harry con voz entrecortada.

—Un mago.


—Me gustaría ver a un gran muggle como usted dete­niéndolo a él —dijo.

—¿Un qué? —preguntó interesado Harry

—Un muggle —respondió Hagrid—. Es como llamamos a la gente «no-mágica»


Eran días negros, Harry. No se sa­bía en quién confiar, uno no se animaba a hacerse amigo de magos o brujas desconocidos... Sucedían cosas terribles. 


«Curioso... muy curioso».

—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?

—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de don­de salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras desti­nado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.


La varita escoge al mago, recuér­dalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.


Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú mismo.


Difícil. Muy difícil. Lleno de valor, lo veo. Tampoco la mente es mala. Hay ta­lento, oh vaya, sí, y una buena disposición para probarse a sí mismo, esto es muy interesante...


—¡Ah, la música! —dijo, enjugándose los ojos—. ¡Una magia más allá de todo lo que hacemos aquí! 


—No —dijo Ron—. Harry todavía no tiene mucho que hacer.

—Mantenerse fuera de los problemas ya es algo.


No supo cuánto tiempo estuvo allí. Los reflejos no se des­vanecían y Harry miraba y miraba, hasta que un ruido leja­no lo hizo volver a la realidad.


—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invi­sible.


—Nos muestra lo que queremos... lo que sea que que­ramos...

—Sí y no —dijo con calma Dumbledore—. Nos muestra ni más ni menos que el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón.


No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo.     


—El bosque esconde muchos secretos.


¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más importantes, amistad y valentía.


  No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo.  


Después de todo, para una mente bien organizada, la muer­te no es más que la siguiente gran aventura.


El problema es que los hu­manos tienen el don de elegir precisamente las cosas que son peores para ellos.


El miedo a un nombre aumenta el mie­do a la cosa que se nombra.


—La verdad —Dumbledore suspiró—. Es una cosa terri­ble y hermosa, y por lo tanto debe ser tratada con gran cuida­do.


Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos amó no esté, nos deja para siempre una protección.


Hay que tener un gran coraje para oponerse a nuestros enemigos, pero hace falta el mismo valor para hacerlo con los amigos.    

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