Lo que fue de ella (Gayle Forman)

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La vida siguió su curso, eso pasó.


"¿Cómo te sientes al pensar que lo único valioso que has creado en tu vida procede de la peor pérdida posible?"


Estoy rodeado de gente y me siento solo.


No quiero verla, me digo. No voy a verla; sólo pretendo escucharla.


Al igual que aquella noche, me recorre una oleada de tremenda expectación, pese a saber que hoy, a diferencia de entonces, no voy a besarla. Ni a tocarla. Ni siquiera voy a verle de cerca.


Me dio un beso de despedida. Me dijo que me amaba más que a la vida misma. Y entonces se alejó...


Hay que repararlo, como a ti y a mí.


Pero no puedo tocarla. Ése es un privilegio al que he renunciado; contra mí voluntad, sí, pero lo he hecho.


Y su voz es exactamente la misma. No sé por qué esperaba que hubiese cambiado; quizá porque ahora todo es distinto.


<<Pero has sido tú la que me has llamado>>


Y al final todo acabó por detenerse, simplemente.


No era lo que yo quería, pero lo que quería no podía tenerlo.


Yo seré tu caos, tú serás el mío.
Ese fue el trato que firmamos.


Lo que de verdad esperaba era que ella no me hubiera dejado sólo a mí.


Ella me dice: tienes que elegir entre tú o yo. Sólo ella queda en pie.


La música es ese vacío. Y tú eres el motivo de que lo sea.


Siguió tratando de llegar hasta mí, de modo que cavé más hondo en mi agujero, hasta que al final se cansó de intentar sacarme de él, supongo.


Yo la sigo. Aunque no me gustan los secretos, aunque pienso que ella y yo compartimos ya demasiados secretos.


Y quiero poner mis labios sobre los suyos, devorarla viva, transmitirle todas las cosas que es incapaz de entender.


Toda esta noche ha sido una equivocación. Esta velada no va a permitirme rebobinar, ni deshacer los errores cometidos. Ni retirar las promesas hechas. Ni recuperarla a ella ni a mi antiguo yo.


Si quiero oír su voz, tengo que recurrir a los recuerdos. Al menos eso no me falta.


No sé... el mundo parece muy grande cuando estás así, al descubierto.


—Bueno confiésame otro de tus miedos irracionales.

—Tengo miedo de perderte.

—He dicho miedos <<irracionales>>. Porque eso no va a pasar.

—Aun así, me da miedo —susurró.


Dejarlo no es difícil. Lo difícil es tomar la decisión.


—Entonces dime por qué. ¿Por qué te fuiste? ¿Fue por las voces?

—No, no fue por eso.

—¿Por qué, entonces? ¿Por qué? 

—Por muchas cosas. Entre ellas, porque cuando estabas conmigo no podías ser tú mismo.


—Me hablabas, pero en realidad no lo hacías. Te veía mantener conversaciones a dos bandas. Por un lado, todo lo que querías decirme. Y por el otro, las palabras que salían realmente de tus labios.


—Bueno, es que hablar contigo no era precisamente fácil —respondo—. Todo lo que se me ocurría decirte estaba mal.

—Ya lo sé. No era sólo culpa tuya. Era tuya y mía. El problema éramos nosotros.


Habría hecho cualquier cosa por ti, lo que fuera.


He de cumplir mi promesa. Debo dejarla marchar. Permitir que se vaya de verdad. Tengo que dejarnos ir a los dos.


Y vuelvo a estar solo. 

Pero sigo en pie. Todavía respiro. Y, de algún modo, me siento bien.


La había dejado marchar. De veras que sí. Pero ahí está. Justo delante de mí.


Los dos sentíamos pasión por la música, cada cual a su manera. No importaba que no entendiéramos del todo la obsesión del otro, porque entendíamos la propia.


Pese a todo, volvería a hacerlo. Ahora lo sé. Le haría esa promesa otras mil veces y volvería a perderla mil veces.


Su sonrisa es como chocolate fundido. Es como un solo de guitarra de puta madre. Es todo lo bueno que hay en este mundo.


Sólo soy capaz de pensar que no puedo perderle de nuevo, que esta vez me moriré si la pierdo.


—Seré tu sombra —le digo—. Tu groupie. Tu chico de los recados. Lo que quieras. Adondequiera que vayas, yo iré también. Si quieres que lo haga, claro. Si no quieres, lo entenderé.


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