(3) El Señor de las Sombras: Renacimiento (Cassandra Clare)

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—¿En serio crees que me enamoraré de alguien más? —preguntó Julian. — ¿Crees que lograré hacer eso? No soy tú, no me enamoro cada semana de alguien diferente. Desearía que no fueras tú, Emma, pero lo eres. Siempre serás tú.


—Quiero que sepas lo que se siente. Estar torturado todo el tiempo, noche y día, desesperadamente queriendo algo que nunca deberías tener, que no te corresponde. Saber que esa decisión que tomaste a los doce años significa que nunca podrás tener aquello que te hace verdaderamente feliz. Quiero que sueñes con una cosa y solo una cosa y te obsesiones con ella como yo...


—Creí que me amabas —dijo, casi en un suspiro. — No sé cómo pude equivocarme tanto.


Toda su vida amó las tormentas. Amaba las explosiones desgarrando el cielo, amaba la ferocidad desnuda de ellas.


Ella lo había amado entonces, incluso sin saberlo. Lo amaba desde el centro de sus huesos hasta la superficie de su piel.


Te amo, ella estaba a punto de decirle. Nunca fue Cameron o Mark, siempre fuiste tú, la médula de mis huesos está hecha de ti, como de células está hecha nuestra sangre.


—He estado roto por semanas —dijo, inestable, ella sabía lo que le costaba admitir esa pérdida de control. —Necesito estar completo de nuevo. Aunque no dure.


—Rompe mi corazón —dijo él. — Rómpelo en pedazos. Te doy permiso. Si así lo quieres.


Se sentía desesperado, el fin del mundo, se preguntó si habría un tiempo en que no lo hiciera, cuando podría ser suave, lento y calmado amor.


—Te estaba buscando.

—Luego de todo ese tiempo evitándome, ¿de repente me estabas buscando?


—Nadie me conoce como tú.


—La gente hace cosas estúpidas cuando están enamorados —dijo Jaime, la voz de alguien que nunca lo ha estado.


Cuando la dejó ir, ella le tocó la cara ligeramente. Había un millón de cosas que quería decirle. Ten cuidado, más que nada: Cuídate, mantente a salvo.


—¿Por qué lo hiciste, entonces? —Sostuvo una mano en alto. —Olvídalo, sé la respuesta: para dejar de amarme. Para destrozarnos.


—Desearía que hubiera podido ser alguien más...


—Nadie más me habría hecho odiarte —dijo él con voz plana. —Nadie más me habría hecho rendirme. —Se sostuvo sobre los codos, mirando hacia abajo a ella. —Hazme entender. Me amas y te amo, pero querías destruirlo todo.


—Créeme, saber lo que sé no me hizo amarte menos.

—Así que decidiste que me harías odiarte.

—Odiarte sería como odiar la idea de cosas buenas sucediendo en el mundo. Sería la muerte.


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