Addie es mejor que cualquier paraguas rosa.
Mejor que una copa de whisky en una noche fría.
Mejor que cualquier sentimiento que lo haya embargado en años.
Cuando está a su lado, el tiempo se acelera y no le asusta.
Cuando está con Addie, se siente vivo y no le duele.
Ojalá te vieras del modo en que yo te veo a ti.
—¿Qué es la felicidad? —pregunta él—. Es decir, ¿es solo sentirse feliz sin motivo? ¿O es hacer feliz a otros? ¿Es estar contento con tu trabajo, con tu vida, o...?
—Siempre le das demasiadas vueltas a las cosas, Henry. —Contempla la vista al otro lado de la escalera de incendios—.No lo sé, supongo que me refiero a que solo quiero estar feliz conmigo misma. Satisfecha. ¿Qué hay de ti?
Henry considera contarle una mentira, pero no lo hace.—Me gustaría que los demás me quisieran.
Intenta ser un amigo mejor, un hermano mejor, un hijo mejor, intenta olvidar el significado de la bruma que asoma en las miradas delos demás, intenta fingir que todo es real, que él es real.
La chica entra en la tienda y roba un libro, y cuando Henry la alcanza en la calle y ella se da la vuelta para mirarlo, no hay escarcha en su mirada, ni una membrana, ni un muro de hielo. Solo se topa con un par de nítidos ojos marrones en un rostro con forma de corazón, mientras siete pecas salpican sus mejillas como si fueran estrellas.
La fuerza de atracción de otra persona.
Otra órbita.
Y cuando la chica lo mira, no ve a alguien perfecto. Ve a alguien que se preocupa demasiado, que siente demasiado, que está perdido y hambriento, y marchitándose en el interior de su maldición.
Porque por primera vez en meses, en años, en toda su vida, quizá, Henry no siente que esté maldito en absoluto. Por primera vez, siente que alguien lo ve tal y como es.
«¿Cómo logras no desmoronarte?», quiere preguntarle él.
Hace tiempo que el pesar se ha atenuado y que la herida se ha convertido en una cicatriz.
Estele, quien diría que las almas son solo semillas devueltas a la tierra y no deseaba más que un árbol que cubriera sus huesos. Deberían haberla enterrado en la linde del bosque, o en el huerto de su jardín. O al menos, deberían haberla dejado descansar en uno de los rincones del cementerio, donde las ramas de un viejo tejo se extienden sobre el pequeño muro y proporcionan sombra a las tumbas.
Lleva puesta una de las sudaderas de algodón de Henry, adornada con el logo de Columbia. Huele a él. A libros viejos y café recién hecho.
¿Cómo es posible que un techo te acerque más al cielo? Si Dios es tan magno, ¿por qué construir muros que lo retengan?
—¿Lo he estropeado?
—¿El qué? —pregunta él.
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Frases de Libros
Random"A veces lees un libro tan especial que quieres llevarlo contigo durante meses, incluso después de haberlo terminado". pd: las frases le pertenecen a los escritores/autores de los libros.