2. El Príncipe del Sol (Claudia Ramírez Lomelí)

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Parte 2 (Luna)


Odiaba esa parte de él llena de cobardía, ¿por qué no podía simplemente armarse de valor y perder el miedo?


  << ¿Te sientes capaz de cargar con esta responsabilidad? ».



— Algo te molesta

— Gi —dijo Emil mirándola. Parecía que llevaba tiempo despierta, observándolo—. No te preocupes, sólo estaba pensando.

— Emil, si este viaje se vuelve demasiado para ti, podemos regresar cuando quieras. Sabes que te apoyaremos en lo que decidas.

Una sonrisa desganada se formó en el rostro de Emil; nunca iba a saber cómo pagarle a la vida por haberle dado a sus amigos.    


Y aquí estaba Elyon, a un lado de él, con sus ojos reflejando emociones puras y que Emil quisiera volver a sentir. Algo en su interior se removió.


  — Es como si sus aguas palpitaran y estuvieran vivas —susurró Elyon.


 La melodiosa risa de Elyon era algo que siempre le había parecido contagioso, y le encantaba que riera con tanta facilidad, 


A Emil le gustaba el agua, pero lo de Gavril era una fascinación. Y era curioso, pues tenía una fuerte afinidad con el fuego. Alguna vez se lo había comentado, y su amigo le había respondido que el fuego lo llenaba, pero que el agua lo hacía sentir libre.


Si mi equipo me necesita, ahí voy a estar.


. . . pues su corazón todavía era inocente y no conocía la verdadera oscuridad.


Nunca olvidaría que, riendo y jugando a la luz de la luna, se sintió pleno, seguro y dichoso. No olvidaría que en su mente sólo corría el pensamiento de querer estar con ellos para toda la vida.


Estaba enamorada de la aventura.


Y no creo que se tenga que sentir diferente, es simplemente un lugar más.


Y no era que no pudieran vivir bajo el sol; simplemente era su naturaleza estar despiertos cuando la luna lo estaba.


Era cuestión de costumbres.


No nos iremos de aquí sin respuestas.


le decían que no tenía alma y que por eso sus ojos no tenían color, y que su piel era del tono de la pared (que obviamente era blanca; así de creativos eran los niños con sus insultos).


y había aprendido a quererse. Por lo menos en el aspecto físico.


No creo que eso sea muy importante; usted mismo lo ha dicho, sólo son mentiras.


. . . ¿qué pasaría si se armara de valor? Tal vez. . . tal vez todo podría estar bien.

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