La Batalla del Llano de Goldur VII

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Nairmar se situó en el sector central del ejército, tras la última línea de infantería. A su lado estaban Arnust, Maorn, Halon, su escudero Han, su guardia personal y varios jinetes que actuarían de enlaces durante la batalla para transmitir sus órdenes. Entre ellos estaba también Leinad, el hermano de Nerma.

—Ve a la colina con el general Nulmod —le ordenó Nairmar—. Quiero que estés a su lado. Puede necesitarte como mensajero en cualquier momento. La colina es vital y debo de estar al corriente de todo lo que sucede allí.

Leinad asintió y partió al trote hacia la posición de Nulmod, recorriendo la retaguardia de la infantería antes de llegar a la base de la colina.

Nairmar se olvidó del joven enlace y se centró en el campo de batalla. Observó inquieto al enemigo. La inmensidad del ejército imperial helaba la sangre, la suya y la de todos. Cuando terminó el despliegue enemigo pudo ver a toda la infantería de Sharpast formada. Pronto llegó un enlace desde vanguardia con un mensaje de los ojeadores, que ya sabían qué tropas estaban formadas en cada línea. Nairmar leyó el mensaje en voz alta:

—La primera línea está formada por infantería ligera compuesta por tropas de todo el Imperio —dijo Nairmar. ‹‹Ésos deben ser los vegtenos. Las tropas provinciales encargadas de velar por el orden y la seguridad en sus provincias. Sus peores tropas.››—. En el centro están formados sus sharpatianos, unos cincuenta mil hombres. —‹‹Las tropas de élite del Emperador, los nacidos en Sharpast, la infantería pesada con la que Mulkrod pretende asestarnos el golpe de gracia a nuestro ejército. Creía que colocaría a los sharpatianos en la retaguardia. Extraño movimiento, ¿qué pretenderá Mulkrod?››—. Y en la última línea está formada la infantería mercenaria. —‹‹Los mercenarios de Ibahim son unas tropas temibles en el campo de batalla; famosos por no mostrar temor y buscar siempre el enfrentamiento —recordó—. Son la reserva de Mulkrod. Entrarán en combate para inclinar la balanza en su favor o en un momento de necesidad.›› —Decidles a Neilholm, a Glorm y a Gwizor que el enemigo no adopta su despliegue tradicional —dijo Nairmar a tres de sus enlaces, que partieron con presteza. ‹‹A Valghard y Nulmod no les hace falta saberlo, ellos tienen otros problemas.››

Valghard acababa de llegar con su escolta al flanco derecho. La caballería de los tres ejércitos estaba allí formada y lista para la batalla: casi ocho mil jinetes en total, la mayor parte de ellos armados con largas lanzas y escudos como armas principales. El primer choque sería vital, al inicio de la lucha; el único momento en el que tendrían ventaja, ya que sus lanzas las habían diseñado para que fueran más largas que las de la caballería imperial. Frente a ellos, el enemigo tenía un número algo superior de jinetes: casi diez mil le pareció a Valghard, unos dos mil hombres más que él; no estaba seguro de su número exacto; lo que si tenía claro era que estaba en inferioridad numérica, pero no de armamento. La caballería de Sharpast nunca había sido muy pesada, a diferencia de la de los Tres Reinos. El combate allí estaría muy igualado, incluso podrían llegar a ganar en ese flanco, pero el Emperador podía mover a la caballería de su otro lado sin dejar desprotegida a su infantería y mandarla para reforzar a ese flanco, y así desequilibrar la balanza definitivamente, entonces estarían perdidos sin remedio. Tenía que buscar la forma de neutralizar o minimizar el riesgo de que la caballería imperial se juntase y los desbordasen, poniendo en peligro al resto del ejército. No podía permitir que ocurriera, ¿pero cómo? ¿Cómo podía evitarlo?

Hernim y Dulbog se encontraban con sus hombres en la primera línea. Su regimiento estaba formado por tropas inexpertas que apenas habían luchado durante la campaña. Se habían pasado dos meses entrenando a sus hombres para ese día. Ya habían participado en la batalla de las Colinas de Hast, pero más que una batalla fue una pequeña escaramuza, una matanza de la que pocos soldados fueron partícipes. Realmente no habían tenido experiencia en combate, pero conocían a esos hombres y sabían que resistirían y lucharían hasta la extenuación. No les defraudarían; les habían convertido en buenos soldados.

—¿A qué esperan esos indeseables? —preguntó Dulbog, ansioso—. Mi espada está sedienta.

—Tal vez esperan a que ataquemos nosotros —dijo Hernim.

—Pues van a esperar en balde —dijo Dulbog—. Tenemos orden de mantener la posición. Bueno, sea como sea, acabaremos con ellos.

—¿Crees que esta vez no lo contamos? —le preguntó Hernim con una sonrisa en la boca.

—¿Y perdernos el final de esto...? Ni loco. Pienso ser testigo directo de la caída de Sharpast, y tú estarás a mi lado.

—¿Te apetece que apostemos hoy?

—No, hoy no. En batallas como éstas siempre pierdo la cuenta de los cabrones a los que mato.

—Sí, por eso luego te inventas las cifras —le dijo Hernim para picar a su amigo.

—Solo pasó una vez. Ese día estabas inspirado y no podía dejar que me humillaras —dijo Dulbog, bromeando—. Bueno, me voy a ver a los chicos de vanguardia; ésos deben de estar con los nervios a flor de piel.

Mulkrod se había colocado tras su última línea: los mercenarios. Rodeando al emperador formaban los quinientos hombres que pertenecían a su guardia personal, lo más granado del ejército de Sharpast, los mejores de todo el Imperio, todos leales a la persona del Emperador y dispuestos a dar su vida por él. Llevaban un armamento más pesado que el de los demás infantes: tenían una cota de malla con tonos rojizos y una armadura negra que les ocupaba desde el yelmo a los pies, con pocos puntos débiles; portaban una lanza y un escudo como armas principales; como armamento secundario llevaban el arma que cada uno mejor sabía utilizar: unos tenían hachas, mazas, espadas o varias dagas. Al lado del Emperador estaba Reivaj, como siempre junto a su señor, y Solrac, que sería un mero observador en aquella batalla. Tras ellos había veinticinco hombres a caballo, todos ellos escogidos entre los mejores y más leales de la guardia imperial para proteger a Mulkrod, además de unos cuantos enlaces.

El Emperador miraba detenidamente a sus contrincantes. Sin duda era un ejército más que respetable el que tenía en frente; parecían muchos más de lo que creían en un principio.

‹‹Será una batalla reñida. No va a ser tan fácil como esperábamos. No debí subestimarlos. Aun así nuestra superioridad en todos los aspectos bastará para obtener la victoria.››

Las dos líneas de infantes de Lindium estaban muy estiradas por el llano y, por lo tanto, eran mucho más delgadas que las de Sharpast; parecían muy vulnerables comparadas con las tres líneas del ejército imperial. El enemigo abarcaba el mismo espacio que su infantería, pero tenía pocas filas de profundidad. En cambio, su infantería mostraba un frente mucho más grueso y aparentemente más fuerte.

‹‹Mejor para nosotros, así podremos quebrar con mayor facilidad el frente. Tarde o temprano mi infantería abrirá una brecha en las filas enemigas.››

Miró hacia los lados. Marmond debía estar en su flanco junto con su cuerpo de caballería: diez mil jinetes. Miró a su otro lado y se llevó una sorpresa: frente a los seis mil caballeros de Menkrod el enemigo había posicionado solo a un pequeño número de jinetes; no debían de ser más de quinientos.

‹‹Entonces han concentrado a toda su caballería en un solo flanco. Menkrod los aplastará fácilmente.››

A pesar de que el enemigo había concentrado a casi todos sus jinetes en un flanco, Mulkrod estaba tranquilo; la caballería que tenía Marmond era más numerosa que la del enemigo, aunque ya no tenía una superioridad aplastante. Debía bastar para inclinar la balanza a su favor.

‹‹El enemigo ha desprotegido un flanco y lo vamos a aprovechar, Menkrod aplastará al pequeño grupo de jinetes que tiene delante y luego tomará rápidamente la colina acabando con toda resistencia. Después, la caballería atacará por la espalda a la infantería de Lindium, que se verá abocada a la aniquilación.››

Estaba todo listo. La batalla podía empezar.

—¡Que avance la primera línea de infantería y toda la caballería! —ordenó.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora