Rebelión y espadas XI

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Principios de septiembre

Pasaron largos días bordeando la interminable costa de Sharpast, tantos que Halon perdió la cuenta. Maorn seguía mostrándose igual de reacio que en los días anteriores. Apenas le hablaba desde la discusión que tuvieron tras dejar atrás el puerto de Zarham, semanas atrás. Cuando no estaba en la cocinas ayudando al cocinero o en cubierta limpiando, el joven portador de la espada evitaba siempre encontrarse con Halon, pasando las horas solo dentro de las tripas del barco pensando. Normalmente lo hacía tirado en su hamaca junto a la espada, a la que había ocultado entre sus cosas para no llamar la atención de los demás tripulantes, algo en lo que coincidían los dos, a pesar de sus desavenencias. Pero eso no era lo que más le preocupaba a Halon. Cada día que pasaban en el barco estaban más cerca de su objetivo y no tenía ningún plan para volver. Hasta ese momento todo lo habían improvisado y, por suerte, les había ido bien, pero no habían pensado en cómo regresar tras conseguir la espada que buscaban. Zangorohid era un montón de ruinas al sur del Desierto. Para regresar desde ese lugar recóndito tendrían que volver cruzando el Desierto, dirigiéndose al norte, pero eso supondría su muerte ya que no tenían caballos para intentarlo, y las provisiones y el agua que llevarían consigo serían insuficientes. Su otra alternativa era dar un gigantesco rodeo hacia el Río Megradas, acercándose a la civilización. La primera opción era inviable y la segunda conllevaba altas probabilidades de ser capturados, por lo que Halon no sabía cómo solucionar el potencial problema del retorno.

‹‹Debí haberlo pensado mejor antes de partir —pensaba Halon.››

Las tierras de Zangorohid estaban casi desiertas y nadie las habitaba, no había ciudades en cientos de kilómetros a la redonda, solo algunas tribus nómadas que habían aprendido a vivir en el clima inhóspito del desierto, pero eso no le serviría de nada.

‹‹El barco no podrá esperarnos. Bastante es que nos lleven hasta allí.››

Los dos jóvenes desembarcarían en el punto convenido y a partir de ese momento debían apañárselas solos. Llevaba muchos días pensando en ello, pero no encontraba la forma de regresar. Se maldijo a sí mismo por haberse metido en una aventura que le superaba.

‹‹Estúpido aprendiz. Arnust habría tenido en cuenta ese factor, pero yo he decidido llevarlo a cabo sin pensar en las consecuencias. Seré idiota. ¿De qué nos sirve encontrar la espada si acabamos muertos?››

Hinas, el mercader que les había permitido viajar en su barco, estaba interesado en saber por qué querían ir a Zangorohid, por lo que, para averiguarlo, invitaba con frecuencia a Halon y a Maorn a tomar algo de vino en su camarote. Maorn solo aceptó la invitación en una ocasión, en la cual se bebió el trago y se fue sin casi intercambiar palabra. Halon, en cambio, al no tener ningún entretenimiento mejor, se quedaba siempre con el mercader, tomando su vino y escuchando las historias sobre sus viajes y antiguas leyendas de marinos; le parecía que Hinas era simpático y algo gracioso cuando bebía. Halon no le dijo nada sobre su misión en ninguna de las muchas ocasiones en las que el mercader trató de averiguar para qué querían ir a Zangorohid; le extrañaba que los dos jóvenes quisieran adentrarse en el desierto y sentía curiosidad, pero tampoco insistía cuando Halon se sentía incómodo con la pregunta o trataba de cambiar de tema. En solo una ocasión, Halon, que había bebido algo de más, se limitó a preguntarle si había alguna forma de regresar al norte sin morir de sed o de inanición. Hinas le contó que, sin conocer el Desierto, era muy difícil salir de él con vida y que solo los nómadas que lo habitaban podrían hacerlo. También le dijo que si él estuviera en su situación viajaría hacia el este, a las Montañas de Parnias.

—No están a demasiada distancia de Zangorohid —le dijo—, allí podríais encontrar algo de agua. Una vez pasadas las montañas estaríais de nuevo en la civilización. El Río Megradas desemboca cerca. Solo tendríais que seguirlo hacia el norte.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora