Rebelión y espadas X

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Los dos jinetes que salieron de Nair Calas a parlamentar les contaron lo que había sucedido y les invitaron a entrar a una ciudad que daba la bienvenida a su verdadero y único rey.

—La Asamblea os ha jurado lealtad, mi rey —dijo uno de los jinetes—. Y los asamblearios son la voz del pueblo.

Elmisai sonrió satisfecho.

‹‹Magnífico. Controlando una de las antiguas capitales del reino todo el norte se unirá a nosotros. Acabamos de dar un golpe sobre la mesa.››

Uno de los dos jinetes regresó sobre sus pasos para garantizar a los ciudadanos que realmente era Elmisai el que lideraba el ejército que estaba a sus puertas.

El rey rebelde se puso en marcha y guió a su ejército al interior de Nair Calas; lo hicieron al paso de los caballos, sin prisa. Elmisai dudó por momentos mientras avanzaba.

‹‹¿Y si es una estratagema para masacrarnos? ¿Y si mienten...? No, no tiene sentido. Mi pueblo jamás atentaría contra mí.››

Los ciudadanos, nada más ver que el rey y sus seguidores se ponían en camino, abrieron las puertas de nuevo. Elmisai fue el primero en traspasar la gran puerta de acceso y vio qué era lo que le esperaba. El panorama le conmovió, era como en los viejos tiempos: la gente se agolpaba en las calles solo para verlos. Cuando la multitud vio y distinguió a Elmisai, la algarabía fue monumental y los gritos coreando su nombre comenzaron a oírse a miles:

—¡Elmisai! ¡Elmisai! ¡Elmisai!

—¡El rey! ¡Es el rey! ¡Es Elmisai!

—¡Es él! ¡Ha regresado! ¡Ha vuelto!

—¡Viva el rey! ¡Viva Elmisai!

El ejército traspasó también las puertas siguiendo a Elmisai y, como si de un desfile triunfal se tratara, iniciaron un largo recorrido por la vía principal de la ciudad. Miles de personas se habían congregado en las calles y casas para ver al rey y darle la bienvenida. A su paso la multitud les daba comida y bebida, tiraban flores desde los balcones, les abrazaban, gritaban, bailaban y cantaban.

Elmisai dirigió sus pasos hacia el viejo edificio en el que antiguamente se reunía la Asamblea y que ahora volvería a hacerlo tras la expulsión de las autoridades imperiales. A la entrada esperaban los asamblearios; lo hacían con una mezcla de nerviosismo y expectación puesto que no sabían cómo reaccionaría Elmisai al verlos. Habían pasado muchos años y todos los presentes, al igual que todo el reino, se habían rendido ante la superioridad del ejército imperial tras la desaparición del rey en una emboscada que terminó con la rebelión de Tancor. Tras ello le juraron fidelidad al Emperador, lo que podía ser considerado traición, y el hecho de jurarle lealtad de nuevo a Elmisai no quitaba lo anterior.

Grendel, el veterano asambleario, lideraba la comitiva; él era el único de los presentes que no estaba nervioso. Ardía en deseos de ver a su antiguo rey. Elmisai se detuvo frente a la entrada seguido por sus oficiales y la tumultuosa multitud que celebraba tras él su regreso. Se hizo el silencio durante largos e incómodos segundos. Elmisai deseaba ver las caras de aquellos que una vez le sirvieron; apenas reconocía los rostros de los asamblearios, muchos habían envejecido y otros muchos eran nuevos. Por encima de todos destacaba el viejo Grendel, uno de los más antiguos y fieles seguidores de su familia en el pasado, un hombre que había luchado con su padre y servido lealmente durante el corto reinado de Elmisai, pero, como todos los presentes, también había claudicado tras su captura. Elmisai debía olvidar el rencor, solo así podría unir a su pueblo. Subió las escaleras que daban al edificio de la asamblea y se puso a la altura de Grendel, que fue el primero en hablar:

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora