Rebelión y espadas XVIII

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Halon se había quedado un poco retrasado para intentar taponar con un pedrusco la puerta que daba al patio donde estaban los muertos, aunque sabía que eso no sería suficiente para detenerlos. Maorn, que no se había dado cuenta de que Halon no estaba a su lado, atravesó el templo a todo correr con las dos espadas. Salió por la puerta del templo sin detenerse cuando, repentinamente, tropezó con algo que le hizo caer al suelo, llenándose la cara de arena y polvo. Entonces escuchó una voz desconocida para él:

—Vaya, vaya, vaya. Mirad lo que hemos pescado, muchachos.

Maorn levantó la cabeza y vio a un numeroso grupo de hombres a caballo. No tardó en comprender lo que ocurría.

‹‹¡No, no...! ¡Los sharpatianos! —pensó Maorn, temiéndose lo peor.››

Intentó levantarse para defenderse, pero ya era tarde, la espada se le había escapado al caer y la otra la llevaba a la espalda.

—¡Prendedle! —escuchó decir.

Media docena de hombres se lanzaron sobre él sin darle tiempo siquiera a sacar la espada de su envoltorio. En apenas unos segundos estuvo maniatado e inmovilizado en el suelo con las rodillas de un hombre apoyadas en su espalda para que dejara de forcejear.

‹‹Es el fin. Me han atrapado. Pronto harán lo mismo con Halon y nos quitarán las espadas. El primero de ellos que trate de tocarlas sufrirá una muerte horrible y entonces averiguarán lo que son.››

Sin embargo, para su sorpresa, ninguno de aquellos hombres se atrevía a tocar ninguna de las dos armas.

‹‹Lo saben. Saben lo de las espadas y saben quién soy yo. Nos han preparado una emboscada. Todo estaba dispuesto, ¿pero cómo podían saberlo? Alguien nos ha vendido, ¿pero quién? Quizá el mago que nos dijo que fuéramos a por la espada. ¿Qué importancia tiene eso ahora? Pronto estaré muerto. ¿A qué esperan?››

Maorn tenía claro que pronto las Espadas estarían en manos del enemigo, si es que había alguien que pudiera tocarlas sin morir.

‹‹Quizá me necesiten vivo para que se las lleve al Emperador.››

Un soldado se acercó y se puso a su lado. Desde el suelo solo podía ver su sombra y la suela de sus botas. El hombre cogió primero la espada que estaba en el suelo, muy cerca de Maorn, y después sacó del envoltorio la otra espada, pero no pasó nada. La maldición de las Espadas no le afectó.

‹‹Ya está hecho, el enemigo tiene las dos espadas.››

Se imaginaba quién era el hombre que tenía delante.

‹‹¡Mulkrod! —pensó al principio—. ¡No! Estando en guerra el Emperador jamás haría un viaje tan largo solo para buscar una espada. Debe de tratarse de uno de sus hermanos. ¡Uno de mis primos!››

Le daba igual, pues sabía que en cuestión de segundos podía estar muerto. Pero pasó el tiempo y la muerte no llegaba. Entonces le dieron la vuelta, pudiendo mirar al hombre que portaba las dos espadas. Tenía cicatrices en el rostro y un parche en el ojo.

—Así que eres mi primo —le dijo—. Yo soy Marmond, hermano del Emperador. Aunque supongo que eso ya lo has podido deducir solo. Tranquilo, no voy a matarte.

—Lo hemos logrado, Marmond —dijo otro hombre con barba canosa a quien tampoco conocía. Por su indumentaria parecía un mago. Vestía una túnica gris y una capa negra—. El Emperador estará satisfecho.

—Así es, Solrac, tenemos las dos espadas que buscábamos —dijo Marmond, satisfecho—. Es un gran logro. Ahora regresemos a casa, este lugar me da escalofríos.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora