Sangre en la nieve I

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El crudo invierno persistía y la guerra en el norte perduraba con dureza. Los ejércitos de Sharpast avanzaban e iban estrechando el cerco sobre las últimas defensas de Sinarold. Beglist, la otra gran ciudad de Sinarold, llevaba ya dos días siendo asediada por las fuerzas imperiales, pero no parecía que fuera a claudicar. La ciudad contaba con unas sólidas defensas gracias a los gruesos y altos muros que la rodeaban, lo que hacían de ella un bastión difícil de superar. Mulkrod ansiaba tomar el emplazamiento, no solo por su valor estratégico, sino también por lo que significaba. Beglist había sido el lugar donde se firmó la paz que terminó con la última guerra, una paz que Sharpast, incapaz de lograr victorias decisivas frente a los ejércitos occidentales, ni de penetrar por el Gran Muro tras seis años de conflicto, se vio obligada a pedir. Aquella paz era una ofensa para el Imperio y una decepción para Mulkrod, que tenía la obligación moral de acabar con aquella afrenta de una vez por todas. Beglist debía ser tomada.

Los carros con el bagaje acababan de llegar y se estaba procediendo a la montura de las máquinas de asedio alrededor de la ciudad; pero si todo salía según lo previsto no les harían falta.

En una fría noche sin estrellas en el firmamento, Darwast esperaba nervioso en el altozano del bosque que rodeaba a la ciudad por el sureste. Tras él aguardaban miles de sus soldados desplegados con las escalas preparadas. El ataque era inevitable. Los hombres que esperaba podían llegar en cualquier momento.

‹‹Se retrasan —pensó Darwast—. Si no vienen el asedio se alargará, y lo que es peor, quedaré como un idiota y perderé credibilidad.››

Oriundo de Agnor, al oeste del Imperio, Darwast había servido a Sharpast durante la rebelión de Tancor, aunque por entonces solo había tenido un mando menor de caballería. Su pelo era negro como la noche y sus ojos azul claro como un cielo sin nubes, una rara combinación impropia de los nacidos de Sharpast, pero que le distinguía del resto de rudos y veteranos oficiales. Llevaba el pelo largo como era común entre los soldados imperiales, y una barba recortada que le daba más respetabilidad. Era un hombre joven para ser ya general, demasiado joven para muchos, un inconveniente que no le importó a Mulkrod cuando le dio el mando del ejército de campaña imperial en el norte. Darwast, desde que Mulkrod fuera proclamado emperador, se había convertido en uno de los personajes más influyentes en el Imperio y con más poder dentro del ejército. Lo había conseguido gracias al patrocinio de Mulkrod que, al inicio de su reinado, para afianzarse en el trono, requería de hombres cercanos a su persona en las más altas instituciones del estado.

‹‹¿Cómo podía haberme negado? —solía pensar—. Es el sueño de mi vida.››

Desde su más tierna infancia, al ser hijo de un prestigioso general de los tiempos de la Tercera Guerra del Norte, había pertenecido al selecto grupo del séquito del heredero al trono, siendo educado, entrenado y adiestrado con Mulkrod, entablando amistad con él. Cuando alcanzó la mayoría de edad, Darwast entró dentro de la jerarquía del ejército y en la guardia personal del joven heredero. Las cosas le fueron bien ya desde entonces, pero cuando Mulkrod fue coronado emperador, Darwast recibió el mando total de uno de los ejércitos de campaña imperiales, miles y miles de hombres bajo su mando directo. Era un cargo de gran responsabilidad, pero estaba preparado. Ya con rango de general, planificó la campaña del norte junto a Mulkrod, decidiendo llevar a cabo el ataque en pleno invierno para probar la eficacia de su ejército y prepararlo para futuras campañas en condiciones climáticas adversas. Ahora ponían en marcha la gran operación: la conquista de Sinarold.

Las cosas les iban bien. Los ataques masivos por varios puntos del Gran Muro habían dado sus frutos. Sinarold estaba invadida y pronto sería conquistada en su totalidad. Tras tomar los largos tramos de la gigantesca muralla que atravesaba Sinarold, los ejércitos imperiales se habían adentrado en las frías tierras del norte en tres cuerpos; el primero, que era el más numeroso, estaba liderado por el propio Emperador y por dos de sus hermanos menores, con la misión de adentrarse hasta Vendram e iniciar el sitio de la capital. El trayecto era largo, el tiempo no era favorable y las tropas de Sinarold se resistían. Los otros dos cuerpos de ejército, de un tamaño más reducido, se quedaron en Beglist, sitiándola; uno lo comandaba Mencror, el segundo hermano de Mulkrod, y el otro lo comandaba directamente él, aunque Darwast tenía el mando total de las dos fuerzas.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora