El Concilio de los Magos III

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Todos los magos permanecieron en silencio. Lo que Blanerd les acababa de contar les había dejado perplejos. Arnust no fue menos; no esperaba que el Maestre de la Orden sacara una vieja leyenda del pasado para conseguir que los reinos de Lindium se unieran. Al fin, uno de los magos decidió intervenir rompiendo el incómodo silencio:

—¿Estás proponiendo que usemos esas espadas contra Sharpast? —le preguntó a Blanerd.

—Si con ello logramos convencer a Hanrod y Landor para que luchen contra Sharpast, pues sí, eso es exactamente lo que estoy proponiendo.

—¿Dónde se encuentra esa espada extraordinaria de la que dices haber descubierto su paradero, maestro? —le preguntó Kraus a Blanerd con un tono que denotaba insolencia.

—Aún es pronto para revelároslo —le contestó Blanerd—. Cuantos menos conozcan su paradero será mejor para todos.

—¿Por qué no podemos saberlo? —preguntó Kraus, intrigado.

—Es una información que no ha de salir de aquí de ninguna forma —dijo Blanerd—. Si Mulkrod descubre su paradero sería nuestra perdición.

—¿Decís que hay algún traidor en esta sala? —preguntó Kraus, con una leve sonrisa en la boca.

‹‹¿Con qué autoridad se atreve a desacreditar al Gran Maestre? —pensó Arnust—. Los nuevos miembros del Consejo son cada vez más osados.››

Blanerd no se alteró para nada y le contestó con toda la tranquilidad del mundo.

—No he dicho eso ni mucho menos. Solo digo que no debemos correr riesgos. No creo que haya traidores entre nosotros, pero, aun así, de momento es mejor que nadie más lo sepa.

Kraus cerró la boca y se sentó. Si seguía hablando podía meterse en un buen aprieto, al fin y al cabo, él tenía poco rango dentro del Consejo. Llilred volvió a hablar para secundar al Gran Maestre en el tema de las Espadas:

—Es muy posible que si encontramos una de esas espadas los reinos de Lindium puedan unirse para combatir a Sharpast. Con una de las Espadas de nuestro lado se creerán invencibles. Creo que podría funcionar. Debemos encontrar esa espada; si es que las Cinco Espadas existen realmente.

—Existen —insistió Blanerd—. De eso no tengo la menor duda.

—¿Cómo podemos creer en esa estupidez? —dijo Urmal—. Solo es una vieja leyenda para asustar a los niños.

—La mayor parte de las leyendas están basadas en verdades —dijo Blanerd—. Puede que muchos de vosotros no creáis que realmente existan, pero lo cierto es que el primer emperador de Sharpast forjó cinco espadas con magia oscura, y su poder desató el periodo más terrible de la historia de Veranion, hasta el punto de que no hay casi ningún relato escrito de esa época.

—Tal vez tengas razón, maestro —le dijo Urmal—, pero se necesitan pruebas más fehacientes que demuestren su existencia.

—Después de la reunión con los líderes de Lindium —dijo Blanerd— organizaré una expedición para encontrar la espada que sé dónde se oculta. Cuando esa expedición regrese se os mostrará a todos la espada.

—Maestro, perdona que insista —dijo Kraus, interviniendo nuevamente—, pero creo que es necesario que nos informéis dónde se encuentra la espada; al fin y al cabo, éste en un consejo de hermanos. No debe haber secretos entre nosotros.

‹‹Maldito niñato arrogante —pensó Arnust—. Acaba de conseguir su vara y ya se cree que puede imponer las cosas a su antojo. No vas a conseguir que el maestre cambie de opinión.››

Blanerd pareció meditar por momentos.

—Tienes razón. No debe haber secretos entre nosotros Os revelaré la ubicación de la espada, pero a cambio debo insistir en que esto debe quedar entre nosotros.

La sala permaneció en silencio. Todos esperaban expectantes a que Blanerd dijera dónde se hallaba aquella poderosa arma.

—La espada se encuentra en las Islas Solitarias, oculta en algún lugar bajo las montañas —dijo Blanerd—. Estará escondida y muy bien guardada, por eso no será una misión para pusilánimes.

Arnust se quedó sorprendido al ver que Blanerd había cedido ante el joven Kraus, sin importarle demasiado revelar el paradero de la espada, a pesar del riesgo que podía suponer que tantos magos conocieran el lugar donde se ocultaba. Lo que no le sorprendió fue saber que una de las Espadas estuviera en las Islas Solitarias, pues no había sitio mejor para esconderla. Nadie iba a ese lugar. El resto de los presentes, en cambio, parecían entre asombrados y preocupados.

—¿Las Islas Solitarias? —preguntó Llilred, sin terminar de creerse que la espada pudiera estar realmente allí—. Pero esas islas están malditas, el mal reina en ellas. Es una tierra muerta y sin rastro de vida.

—El lugar perfecto para ocultar la espada —dijo Arnust.

—Así es, por eso debemos ser muy precavidos —dijo Blanerd que, tras meditar unos segundos, siguió hablando—. Hay algo más que debéis saber sobre las Espadas, algo que se ha estado ocultando todo este tiempo. Ninguno de nosotros puede tocarlas, casi nadie puede. Solo los miembros que llevan la sangre de Sharpast pueden hacerlo. Cualquiera que intente tocarlas sin ser de la sangre del primer Emperador morirá, pues hay una terrible maldición en ellas. Por ese motivo envié a Arnust en busca de un pariente de Sharpast que estuviera desligado de la familia imperial. Misión de la que acabas de regresar, ¿verdad, Arnust?

Arnust no supo hasta ese momento la razón por la cual Blanerd le había mandado a buscar a un hijo bastardo de un familiar del Emperador, sin embargo, todo comenzaba a cobrar sentido. Arnust asintió y contestó:

—Así es, maestro —dijo Arnust—. Hace meses encontramos a un hijo bastardo del tío de Mulkrod. Al parecer, a este pariente del Emperador le gustaba mantener relaciones con campesinas. A una de ellas la dejó encinta, a la madre del muchacho. Fue una suerte que los encontráramos. Estaban en una aldea cerca de Beglist. Él y su madre huían de la represión impuesta por el Imperio en Tancor. La madre del muchacho temía que le quitaran a su hijo o que lo mataran durante la rebelión, por eso se refugiaron en Sinarold. Convencí a la madre para llevarme al muchacho a Lindium, donde estaría a salvo de la guerra que se avecina. Ahora el chico se encuentra seguro en Langard.

—Me alegro de que lo hayas encontrado pero ¿cuántos años tiene? —le preguntó Blanerd.

—Tiene diecisiete años; aún es joven, pero estoy convencido de que nos ayudará —dijo Arnust—. No tiene mucho aprecio hacia Sharpast. Su nombre es Maorn.

—Debes protegerle cueste lo que cueste. Ahora todos nosotros dependemos en gran parte de él —dijo Blanerd.

—Así lo haré, maestro —dijo Arnust.

—¿Vamos a depender de un simple muchacho del que decís que es descendiente de Sharpast? —preguntó Urmal, molesto—. ¡No! ¡Me niego!

—Te guste o no así están las cosas. No tenemos a nadie más que pueda tocar las Espadas —dijo Blanerd—. Solo la familia imperial puede hacerlo, y da la casualidad de que estamos en bandos contrarios. Arnust, debes partir lo antes posible, y cuando des de nuevo con el muchacho llévalo a Blangord, allí se producirá la reunión con los reyes de Lindium; y él deberá asistir.

Arnust asintió.

‹‹Sí, así es. Sin el muchacho no podremos conseguir la espada y sin la espada no convenceremos a los dos reyes que no quieren luchar, e incluso puede que no lo logremos a pesar de ello.››

En ese momento, otro de los magos más jóvenes se puso de pie.

—Maestro, ¿qué ocurrirá si el enemigo decide ir en busca de las Espadas también? ¿Y si logran hacerse con ellas?

—Me temo que nadie podría detenerlos —dijo Blanerd, con preocupación.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora