Rebelión y espadas VII

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Dungor y sus hombres montaron en sus caballos y se unieron a la caballería de los leales.

—No hay ningún tipo de fortificación en la villa —dijo Umdor mientras cabalgaban hacia sus posiciones—. Si los pillamos desprevenidos será muy sencillo.

—Les superamos en número —dijo Dungor—, nada podrían hacer ni aunque estuvieran despiertos y esperando nuestro ataque.

—Bueno, nos lo pondrían un poco más difícil —dijo Umdor.

—¡Hablad más bajo! —les exigió Turk—. ¿Queréis que nos descubran?

—Estamos muy lejos de la villa —le contestó Umdor—, desde aquí no pueden oírnos. Relájate.

—No debemos arriesgarnos. Siempre hay alguien despierto —dijo Turk—. Debemos permanecer en silencio.

Dungor no hizo caso del comentario de Turk y se dirigió a sus jinetes.

—¡No tengáis piedad, muchachos! ¡Esos hombres nos arrebataron nuestro hogar, nuestras familias, nuestra independencia y nuestra libertad! ¡Que corra la sangre de Sharpast!

—Mataremos a todo bastardo oriental con el que nos topemos, mi señor —dijo uno de sus hombres.

—Pagarán por sus crímenes —dijo otro.

Se situaron en un pequeño cerro al suroeste y esperaron pacientemente. Observaban detenidamente el cielo de la parte norte de la villa buscando la señal, pero no vieron más luces que la de las estrellas.

—Elisei se está retrasando —dijo Umdor, preocupado.

—Tranquilo —dijo Dungor—. Tienen que rodear al enemigo sin ser vistos y sin hacer ruido. Eso lleva su tiempo.

Esperaron más de una hora y al final vieron un objeto luminoso surcando el oscuro cielo.

—¡Mirad, es la señal! —dijo Turk mientras señalaba en la dirección donde estaba la luz. Una flecha en llamas ascendía en la inmensa oscuridad, una pequeña llama que se unía por un momento a las demás luces del cielo para luego bajar de nuevo a la tierra y desaparecer tras la colina del otro lado de la villa. Los leales desenvainaron sus espadas.

—¡Adelante, muchachos! ¡A por ellos! —vociferó Turk, dando la orden de ataque—. ¡Acabemos con esos imperiales!

Los leales miraron a su nuevo capitán y se quedaron quietos en sus puestos. Muchos desconfiaban de él. No aprobaban que un cambia capas les mandara. Umdor lo percibió y reaccionó antes de que Turk se diera cuenta de lo que estaba sucediendo.

—¡Encended las antorchas! —les ordenó a los leales—. ¡Vamos, encendedlas!

Éstos obedecieron a Umdor y se dirigieron hacia la pequeña hoguera que tenían preparada al otro lado del cerro, evitando de este modo que la luz que emanaba de las llamas pudiera ser vista desde el otro lado. Empezaron a encender una veintena de antorchas, pero los caballos se agolparon en torno a la hoguera y la maniobra que tenía que haber sido rápida se ralentizó. Dungor no pudo esperar a que encendieran todas las antorchas y fue el primero en lanzarse colina abajo hacia la desprotegida villa. Sus hombres lo siguieron a galope tendido para protegerlo. Umdor se dirigió hacia Turk, que se había dado cuenta de que los leales no habían obedecido su orden de ataque.

—Todavía tienes que ganártelos —le dijo mientras se lanzaba al galope. Tras él le siguieron los leales, pero Turk se quedó atrás confuso.

‹‹¿Qué hago aquí? —se preguntó el joven desertor—. Yo no soy uno de ellos, no me toleran como compañero y aún menos como su capitán. No he dado órdenes en mi vida y aquí estoy, liderando a un grupo de muertos de hambre que les encantaría verme muerto. Si fuera listo cogería mi caballo y huiría. ¿Pero a dónde? Soy un desertor, si vuelvo a casa me atraparán y me ahorcarán. Si me voy, solo podré vagar por los bosques y tendría que robar para sobrevivir. Sería un delincuente más y tarde o temprano me cogerían. Ya no puedo echarme para atrás. Solo puedo hacer una cosa.››

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora