El camino a la guerra VI

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 Nairmar no solo era un guerrero valiente y un líder nato, tenía éxito en otros menesteres; le gustaba participar en torneos y justas en donde podía desarrollar sus habilidades y mostrárselas a todos. Disfrutaba viendo cómo coreaban y gritaban su nombre con júbilo antes de que se iniciase una justa, pero también al terminar, pues eso significaba que había ganado. Tenía también fijación por otros entretenimientos más placenteros, pues Nairmar, como hijo de un rey, gozaba de la ventaja de poder tener amantes a su servicio, pudiendo disfrutar de la compañía de una mujer cuando quisiese. Muchas de las doncellas y damas de la corte ya habían pasado por su lecho en alguna ocasión. Nairmar, como cualquier otro hombre, disfrutaba de la compañía femenina y, sobre todo, del placer de yacer juntos. Sin embargo, en esos momentos, esa fijación por acostarse con diferentes mujeres ya no era tan acuciante, pues un día sus ojos se quedaron cautivados de una joven doncella, una muchacha diferente de las demás damas de la corte. Era una joven callada, tímida, agradable, dulce y alegre, a diferencia de las otras doncellas, que eran como gallinas sueltas por un corral, presumiendo de tener mejor plumaje que el resto, y esperando ansiosas a que el gallo les echara el lazo. Ella no era una gallina más en la corte. Era eso lo que más le agradaba de ella, además de su cuerpo perfecto y su bello rostro. Para él era una entre millares. Desde que la vio por primera vez supo que sería suya para siempre.

La doncella de la que se quedó prendado era una joven de origen nobiliario cuya familia se había empobrecido al perder sus tierras y posesiones, pasando a depender del precario salario del padre como oficial del ejército. El padre se llamaba Remert Carathon, quien había partido con el ejército de voluntarios a luchar en Sinarold. Su dulce hija tenía una hermosa melena de pelo castaño claro y ojos azules como zafiros, una nariz pequeña pero bonita y agradable a la vista; sus cejas eran de un color tan claro que casi no se notaban. Nairmar se quedó paralizado nada más verla el día en el que llegó a la corte. Desde entonces cada vez menos mujeres pasaban por las noches por su lecho, pues aunque disfrutaba yaciendo con ellas, solo pensaba en aquella joven doncella de la que se había quedado prendado a primera vista. Nada podía hacer para remediarlo; sus pensamientos iban dirigidos hacia ella.

Pronto averiguó su nombre: Nerma, pero eso no hizo más que acrecentar su deseo de saber más de ella, por lo que decidió llegar más lejos. Con la sola petición del príncipe, la doncella pasó a formar parte de su servicio personal. Nairmar deseaba poder verla todos los días y contemplar su hermosura. No se cansaba de mirarla. Pronto se dio cuenta de que aquella muchacha también se fijaba en él y, en ocasiones, miraba a Nairmar mientras llenaba el agua de su bañera, doblaba las mantas o limpiaba la habitación. Nairmar decidió actuar. Se encargó de que sus sirvientes se marcharan antes de tiempo de su habitación y de que la muchacha se quedara sola. Al entrar en su habitación la vio doblando la ropa. Fue directamente hacia ella. La joven se dio la vuelta y vio al príncipe. Al principio se asustó, pues no le había oído entrar y le rogó que la perdonara con una sonrisa inocente. Nairmar dijo que ella no tenía por qué pedir disculpas. Se acercó a ella hasta sentir su respiración sobre sí. La acarició suavemente la cabeza y levantó la larga melena castaña que caía sobre sus ojos. Quería ver su belleza en todo su esplendor. Ella parecía nerviosa, sin embargo, sonreía y no se apartaba.

—Nerma —dijo Nairmar con dulzura—. Tienes un hermoso nombre.

Ella tragó saliva. Se sentía entre nerviosa y excitada. Fue a responder a las palabras del príncipe cuando Nairmar, que no podía esperar más, la besó apasionadamente. Ella se dejó llevar. El beso se alargó eternamente o ésa fue su sensación. Fue hermoso y duradero para los dos. Nairmar supo entonces que no solo estaba prendado, sino que además, lo que sentía por ella iba mucho más allá. Aquello no iba a ser fruto de una sola noche. Estaba enamorado.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora