Zangord, el guardián de la llave IV

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Horas después del incidente con el dragón, mientras en el mundo exterior el día se tornaba en noche, los miembros de la expedición que debía de encontrar una de las Cinco Espadas descansaban tumbados junto a las puertas, apoyando sus cabezas sobre sus macutos, tratando de conciliar el sueño en aquel lúgubre lugar. Solo Arnust se mantenía despierto. Había encontrado nuevos fragmentos que hablaban sobre la sala de las tres puertas.

‹‹Creo que ya sé qué camino tomaremos —pensó Arnust tras guardar el libro—. No me convence, pero es el más seguro. Tiene que serlo.››

Arnust fue despertando a sus compañeros, que se levantaron adormilados y abrumados por la oscuridad. La luz de las antorchas les hizo recordar dónde estaban y qué hacían allí.

—¿Has descubierto algo nuevo? —le preguntó Glorm.

—Menos de lo que me hubiera gustado —dijo Arnust—, pero deberá servirnos.

—¿Y cuál es la puerta indicada? —preguntó Maorn.

—Tal vez deberíamos dividirnos en dos grupos —propuso Neilholm—, y que cada uno entre por una puerta, así habría más posibilidades de que al menos un grupo tenga éxito.

—No nos vamos a separar —dijo Arnust—. Recordad que solo Maorn puede tocar la espada. Iremos todos juntos y entraremos por la puerta central.

—¿Cómo sabemos qué ésa es la puerta correcta? —le preguntó Neilholm—. Tal vez haya otro dragón tras ella, o algo peor.

—He averiguado que lo que hay al otro lado de esa puerta es un laberinto. Es algo factible y con menos riesgos.

—¡Un laberinto! —exclamó Neilholm, disgustado—. No soy partidario de entrar en uno. Prefiero enfrentarme al dragón o entrar en la otra puerta antes que entrar en uno. Eso puede ser una trampa mortal.

—Es el camino más seguro —dijo Arnust—. No hay alternativa.

—¿Qué hay en la puerta de la izquierda? —le preguntó Halon.

—No quieras saberlo —dijo Arnust—. Si entramos en esa puerta nunca lograremos salir.

—Está claro pues —dijo Glorm—. Entremos en el laberinto.

—Un laberinto está hecho para que los que se adentren en él se pierdan —dijo Neilholm—. ¿Cómo encontraremos la salida?

—¡Ya has oído a Arnust! —dijo Glorm—. No hay otra alternativa. A no ser que quieras regresar al barco.

—Yo no quiero volver atrás —dijo Neilholm disgustado por el tono de Glorm—, es solo que no me gusta la idea de adentrarme en un laberinto. Me da mala espina, pero si dices que es el único camino, pues entremos.

—Bien, pongámonos en marcha —dijo Arnust.

Todos recogieron sus cosas para partir enseguida. Arnust se fijó en uno de los miembros del grupo que estaba pasando desapercibido en ese viaje. Maorn parecía preocupado, como si todo aquello le superase. Arnust lo leyó en sus ojos, pero no era momento para hablar de ello. Debían seguir.

—Ánimo, Maorn —le dijo el mago, afablemente—. Pronto saldremos de aquí con la espada y podremos volver.

Maorn le sonrió levemente y se puso en marcha con el resto del grupo.

Cruzaron el umbral de la puerta central, el lugar que Arnust consideraba que era el camino más seguro. Al otro lado encontraron un pasillo con unas escaleras que subían y subían. Cuando todos entraron en el nuevo pasillo, la gran sala que dejaban a sus espaladas se oscureció, mientras que ellos mantenían la luz a su lado en todo momento gracias a la vara de Arnust y a las nuevas antorchas que encendieron con fuego mágico. El pasillo de la escalera era largo, aunque no lo era tanto como la escalera por la que descendieron para llegar a la sala de las tres puertas. Tardaron en subirlas unos pocos minutos. Cuando llegaron arriba se encontraron una estancia mucho más grande que las anteriores. Desde lo alto de una escalera de piedra alzaron la vista y vieron asombrados el gigantesco laberinto de altos muros que formaba la compleja estructura. No podían ver el final, bien por la oscuridad del fondo, la enorme dimensión del laberinto o bien por las dos cosas. La única luz que les permitía ver llegaba vagamente por el fulgor de las estrellas, que, mediante unos agujeros que había en el techo, iluminaban parte de la estancia y, en menor medida, por la luz que desprendían las antorchas.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora