La Batalla del Llano de Goldur XIX

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Al amanecer, las últimas llamas sobre las cenizas se habían apagado, pero el humo ascendía fusionándose con las nubes en el cielo. De las enormes piras tan solo quedaban algunos palos y troncos que no se habían consumido del todo, y montículos de polvo y ceniza que pronto se los llevaría el viento.

Había sido una jornada como nunca antes habían presenciado. No habían podido descansar hasta altas horas de la noche, cuando las llamas de las piras comenzaron a consumirse, por eso los oficiales, conscientes de que sus hombres necesitaban descanso para la dura jornada del día siguiente, les dejaron dormir unas pocas horas más por la mañana. No había habido ningún tipo de celebración o festejo. No había nada que celebrar. La victoria que habían obtenido no lo parecía, pues el ejército enemigo estaba diezmado pero no vencido. Habían muerto tantos compañeros para tan poco.

Con el nuevo día, los vigías vislumbraron desde la colina el campamento enemigo, que continuaba allí, en medio del llano. No habían intentado escapar durante la noche para sorpresa de muchos. La lucha podía proseguir en los días venideros, como si no hubiera habido suficiente sangre.

De pronto algo enturbió la vista de los vigías, algo que sus ojos no creían estar viendo. La alarma fue dada de nuevo, las trompetas sonaron y los hombres tuvieron un amargo despertar. Todos creyeron que Sharpast estaba atacando el campamento, pero no era eso lo que ocurría. Nairmar subió a una de las torres junto al muro de madera para averiguar qué era lo que pasaba, pero poco se veía desde allí. Le dieron un caballo y ascendió la colina con una pequeña escolta. Los vigías estaban nerviosos y alarmados, decían cosas confusas y que no podían ser ciertas. Tenía que averiguar qué ocurría realmente. Se dirigió a lo alto de la colina y miró hacia la inmensa llanura. Sus ojos se llenaron de sorpresa y miedo. En el horizonte, un ejército enorme avanzaba a lo lejos, pero no era el mismo con el que habían combatido el día anterior, éste seguía refugiado en el campamento. Se trataba de una segunda hueste de enormes dimensiones.

‹‹¡Dioses! ¿Cómo es posible? —se preguntó Nairmar, asombrado—. Solo puede tratarse del ejército de Sharpast del norte. Las fuerzas que conquistaron Sinarold han acudido a la llamada de su señor. Pero es demasiado pronto. No puede ser.››

Las estimaciones de Malliourn al principio de la campaña eran erróneas. Según sus cálculos, las fuerzas imperiales del norte tardarían mucho más en movilizarse. Estaba claro que se había equivocado.

‹‹¿Cómo podremos enfrentarnos a esta nueva fuerza? Nuestro ejército está muy debilitado después de la batalla y el ejército imperial ahora vuelve a superarnos con creces, solo que esta vez no podremos defendernos.››

Nairmar ya no tenía el mando total del ejército, ese día le tocaba a Valghard, pero eso daba igual, las decisiones importantes las tomaban entre los tres, pero había que hacer algo y hacerlo cuanto antes. Tenían que tomar decisiones rápidas y drásticas.

Bajó la colina con presteza, entró en el campamento y buscó la tienda de Valghard. Los hombres estaban armándose y reuniéndose con sus unidades para un posible despliegue junto a la colina, igual que hicieron el día anterior. A Nairmar le costó llegar a la tienda. Los soldados se preparaban nerviosos y preocupados por todo el campamento. Había un gran alboroto por todas partes. Muchos corrían hacia las empalizadas para ver qué sucedía. El clima general era de crispación. Al llegar vio a Valghard de pie junto a tres hombres de espaldas a él.

—¡Valghard, es otro ejército! —le dijo Nairmar, sin pararse a ver quiénes eran los otros que lo acompañaban—. ¡Son miles, tenemos que...!

Nairmar no acabó la frase al ver con sorpresa cómo los tres hombres que estaban de espaldas se daban la vuelta y le miraban. Eran Malliourn, Darm y un tercer hombre al que nunca había visto antes.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora