La Batalla del Llano de Goldur XVIII

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La infantería imperial corría a través del llano con una sola idea en la mente: ponerse a salvo, sobrevivir. El recorrido hasta el campamento de Sharpast era largo, demasiado para unas tropas exhaustas, con equipos muy pesados y con muchos heridos entre ellos, pero muchos empezaban a llegar al campamento. Entraban poco a poco por las dos puertas principales o saltando por las empalizadas, poniéndose a salvo progresivamente. Los que iban llegando tomaban posiciones para defender el campamento y tratar de cubrir la retirada de los compañeros que quedaban atrás.

La mitad del ejército todavía seguía fuera cuando los jinetes de Valghard llegaron. La infantería en retirada no pudo hacer nada por detener a los miles de jinetes que se les echaban encima, solo podían correr para intentar ponerse a salvo en el campamento.

La caballería de Valghard entró en contacto con los infantes, arrollando imparables a todos los que se encontraban por delante. Los caballos atropellaban y pisaban, los jinetes rajaban y atravesaban. No hubo lucha, solo una terrible matanza que regó el suelo con la sangre de Sharpast. Los gritos de desesperación y dolor se oían a cientos.

Las bajas de la infantería de Sharpast fueron enormes durante la retirada, más que en todo el transcurso de la batalla. Solo la actuación de algunas unidades de caballería que Menkrod y Marmond habían reagrupado cerca de su campamento, impidió que la matanza continuara. Los jinetes imperiales, en un alarde de valor, atacaron y sorprendieron a la caballería de Lindium, enzarzándose en un nuevo combate que dio tiempo a los restos de la retaguardia imperial a entrar en el campamento, salvando a varios miles de hombres de una muerte segura. Una vez que todos los supervivientes se refugiaron en su interior, Marmond y Menkrod, con los restos de su maltrecha caballería, retrocedieron y entraron en el campamento lo más ordenadamente posible.

Valghard no persiguió a la caballería enemiga; ya habían sufrido muchas bajas y estaban agotados y sedientos. Poco conseguirían si perseguían a los jinetes que se retiraban, además, el enemigo se había refugiado en el campamento y los arqueros estaban en posición. No valía la pena perder más hombres y caballos.

‹‹¿Y la infantería? —fue lo primero que pensó Valghard al verse luchando solo con sus jinetes frente al campamento enemigo—. ¿Por qué no nos apoya nuestra infantería?››

En un principio pensó que ellos solos podrían acabar con todos los adversarios, pero la realidad era muy diferente. El enemigo, aunque había sufrido grandes pérdidas, se las había ingeniado para que gran parte de su infantería se pusiera a salvo en el campamento fortificado. Intentar tomarlo, incluso con el apoyo de la infantería, teniendo en cuenta que llevaban todo el día luchando, podía ser un suicidio. Todos estarían agotados. Seguir combatiendo ya no tenía sentido, por lo menos no en ese día.

‹‹No podremos tomarlo. Ya hemos hecho todo lo posible y más.››

Estaba más que satisfecho, no solo había derrotado a la caballería del enemigo en su flanco, sino que además había perseguido y masacrado a un gran número de infantes, pero ya había visto bastante sangre ese día. Ordenó el repliegue.

Al llegar al epicentro del campo de batalla, la infantería recibió a la caballería con gritos y vítores. Habían ganado gracias a ellos, al menos eran merecedores de eso, pero pronto la planicie enmudeció. Demasiado costosa había sido su victoria.

La llanura estaba repleta de cadáveres. Miles de soldados de muchas nacionalidades estaban muertos por el orgullo y la ambición de un solo hombre. Mulkrod era el culpable de todo aquello, al menos eso era lo que pensaban los soldados de Lindium. Sharpast se había llevado la peor parte. No solo habían perdido a casi toda la caballería, sino también a casi la mitad de su infantería, aunque todavía era pronto para conocer las cifras totales de bajas. Había sido un duro golpe para el Imperio, pero lo cierto era que una buena parte del ejército imperial se había salvado tras la empalizada de su campamento. Ahora lo que tocaba era recoger a los muertos para que les dieran un funeral digno e intentar salvar a todos los heridos que pudieran. Los que salieron ilesos de la batalla empezaron a recoger los miles de cadáveres esparcidos por toda la llanura para dar su merecida despedida a los difuntos con unos funerales adecuados.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora