Zangord, el guardián de la llave V

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Maorn se durmió enseguida. Tuvo una pesadilla que se le repetía desde hacía días. En ella estaba maniatado y tumbado sobre una mesa de piedra; le rodeaban varios ancianos con capas oscuras que hablaban una lengua que no comprendía. Parecía que estuvieran realizando algún tipo de ritual. Uno de ellos sacó una espada y apuntó con ella su pecho con intención de atravesarle. Maorn intentaba huir de la mesa, pero estaba bien atado. Justo en el momento en el que la espada le rozaba, Maorn, aterrorizado, se despertó gritando en medio de la oscuridad.

No había ninguna luz, ni siquiera la llama de la vara de Arnust. Nadie parecía haberse despertado con sus gritos; solo oía los ronquidos y el lento respirar de sus compañeros.

‹‹¿Y la luz? ¿Qué ha pasado con la luz?››

De pronto una luz proveniente de uno de los pasillos empezó a acercársele. Maorn desenvainó su daga alarmado. La luz estaba cada vez más y más cerca. No sabía si dar la voz de alarma o qué hacer, pero entonces la luz se detuvo a pocos pasos, distinguiendo la silueta de Arnust.

—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó el mago—. He oído unos gritos.

—He tenido una pesadilla —dijo Maorn, aliviado—. No pude evitarlo.

—¡Ah! Era eso. Por unos segundos creía que podía haber sucedido algo malo en mi ausencia. De hecho, al principio creía que eras Zangord.

—¡Zangord! ¿El que nos atacó en el desfiladero?

—El mismo. Le he pillado merodeando por aquí ya dos veces, pero siempre se me escapa. Creía que estaba aquí cuando oí los gritos. Veo que nadie se ha despertado con el alboroto. Si Zangord hubiera intentado mataros nadie se lo habría impedido. No debería haberme marchado a intentar cazarlo. Ese viejo es más escurridizo de lo que esperaba.

—¿No dijiste que no nos alejáramos?

—Eso iba por vosotros, yo no tengo ningún problema para orientarme aquí, y por lo visto Zangord tampoco.

—¿Y cómo ha podido llegar hasta nosotros? No nos ha podido seguir.

—Creo que hay un sistema de túneles a través de la pared o en el suelo. Por eso siempre se me escapa. Si queremos dar con él tenemos que encontrar alguna trampilla o mecanismo que nos permita llegar a esos túneles.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos fuimos a dormir?

—Casi tres horas. Deberías descansar hasta que salga el sol.

—Pero Arnust, llevas todo este tiempo despierto, tienes que descansar. Yo haré la guardia.

—Te quedarías dormido en poco tiempo —le dijo con una sonrisa—; yo en cambio puedo pasarme muchos días sin dormir. Ahora acuéstate.

Maorn se tumbó, cerró los ojos y se dejó vencer por el cansancio. En cuestión de segundos se vio recorriendo oscuros túneles sin fin. Corría y corría pero no encontraba la salida. El tiempo se le hizo eterno. Al final entraba en una sala cuadrada en cuyo centro había un altar con una espada muy hermosa. Se fue acercando hacia ella atraído por su belleza. Sentía la necesidad de tocarla. No podía evitarlo. Alargó la mano para cogerla. Estaba a punto de lograrlo cuando escuchó una voz que le llamaba:

—¡Arriba, Maorn! ¡Vamos, despierta! ¡Tenemos que seguir!

Era la voz de Halon. Maorn se dio la vuelta y vio al joven aprendiz empujándole para que despertara.

—Ya voy —dijo, molesto.

Era de día, la luz penetraba por los agujeros del techo, irritándole los ojos. Todos estaban ya levantados y recogían sus cosas para marcharse.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora