Arena, sudor y nubes negras IX

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A los pocos días atravesó el Río Euder, cuyas aguas ya había visto con anterioridad cuando lo cruzó de camino al este con el ejército.

‹‹Han pasado unos tres meses desde que lo crucé, puede que más. Aunque fue mucho más al noreste.››

Antes de atravesar el río, Halon se zambulló en sus aguas para refrescarse y soportar mejor el calor. Fue una pausa breve; al poco rato ya estaba de nuevo subido en su caballo en dirección noroeste.

Pasaron los días y Halon siguió avanzando sin casi descanso por unas tierras que desconocía, con la única compañía de su caballo. La soledad le abrumaba. A veces sus pensamientos se centraban en sus amigos, preguntándose qué sería de ellos.

‹‹¿Seguirán con vida? ¿Habrán caído en alguna emboscada? Ojalá Arnust no me hubiera obligado a marcharme. Podía haber enviado a cualquier otro. ¿Por qué a mí? Un aprendiz no debe separarse de su maestro.››

Aquellos pensamientos le atormentaban constantemente. No podía apartarlos de su mente más que para dormir, que era cuando el agotamiento y el cansancio le derrotaban.

Halon ya no sabía cuántos días o semanas llevaba viajando. Perdió la noción del tiempo. Los días pasaban lentamente, pero seguía avanzando sin detenerse. Parecía un viaje sin fin, un camino eterno entre colinas, campos de cereal, arboledas y algún bosque que otro. La soledad le desanimaba pero tenía que cumplir con su misión, eso le daba las fuerzas necesarias para continuar.

Una noche se detuvo a descansar en una colina arbolada cerca de un puente que atravesaba el Río Rados. Desde allí tenía una vista perfecta de las tierras que le rodeaban. Si tenía alguna visita inesperada podría reaccionar a tiempo y ocultarse tras los árboles.

Halon estaba de buen humor tras llegar al río, pues eso significaba que iba por buen camino y que no le quedaban muchos días de travesía. Si se daba prisa podía llegar a Rwadon en cuatro o cinco días. Mientras se estaba arropando para acostarse escuchó y vio algo que le sobrecogió. En la lejanía, frente a él, vio cientos o incluso miles de luces que se dirigían al puente. Parecían antorchas. Sus temores pronto se hicieron realidad. Lo que estaba viendo era un gran ejército marchando en la oscuridad. Halon ocultó sus cosas y a su caballo tras los árboles y se tumbó en la parte más alta para observar a aquel ejército, que empezó a atravesar lentamente el puente. Observó intrigado cómo miles de hombres avanzaban en una gigantesca columna sin fin. Marchaban con orden y disciplina. Las luces de las antorchas le permitieron ver los estandartes negros y rojos. Eran tropas imperiales. El ejército de Sharpast estaba en marcha y parecía dirigirse a Rwadon. Se quedó varios minutos observando el espectáculo. No se trataba de una avanzadilla o una pequeña fuerza, sino de un auténtico ejército; miles y miles de hombres a pie y a caballo.

‹‹Es raro que marchen de noche —se dijo—. Deben de tener prisa. Será mejor que me vaya. Tengo que llegar a Rwadon antes que ellos.››

Halon se alejó todo lo posible del puente y bordeó el río buscando una zona más segura para atravesarlo sin el peligro de ser visto. Después de varios minutos siguiendo el curso del río vio una especie de vado.

‹‹Parece que el río no es muy profundo en esta zona. Solo hay una forma de saberlo.››

Se metió muy lentamente en el agua con su caballo, que avanzó sin problemas durante la primera parte del recorrido, pero no tardó en hundirse hasta casi el lomo. El agua fría le llegaba hasta la cintura, empapándole todo el cuerpo. Su caballo avanzó con muchas dificultades, pero al final salió al otro lado del río. Sintió entonces una leve brisa de aire sobre su piel. Halon, que estaba calado hasta los huesos, comenzó a tiritar de frío. Estaba helado. Se secó lo que pudo para no sufrir hipotermia y se adentró en un pequeño bosquecillo donde podría esquivar con mayor facilidad a cualquier patrulla enemiga que pudiera rondar por los alrededores.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora