La Batalla del Llano de Goldur VIII

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Los dos ejércitos esperaban ansiosos y nerviosos la orden de ataque. La batalla no tardaría en dar comienzo. Los hombres callaban, el silencio se atenuaba como si el tiempo se hubiera parado. Durante largos minutos ambos ejércitos se habían observado en silencio, sin hacer movimientos bruscos; todo parecía en calma. Parecía una especie de respeto y miedo mutuo. Pero el silencio se vio interrumpido por el atronador sonido de centenares de tambores de guerra por parte del lado imperial, seguido por los gritos de los combatientes. La primera línea de Sharpast se puso en marcha. El ruido de los pasos de miles de soldados se sumó al de los tambores y al roce de las armas con las armaduras. Al mismo tiempo, la caballería se puso en marcha. La batalla daba comienzo.

Valghard observó cómo la caballería enemiga avanzaba a paso lento hacia él. Estaban todavía muy lejos, pero no tenía mucho tiempo para tomar una decisión. Se había pasado los últimos minutos pensando en lo que iba a hacer a continuación, pero era arriesgado, muy arriesgado. La caballería enemiga aumentó la velocidad paulatinamente hasta llegar a ponerse al galope; entonces, Valghard se decidió.

‹‹Debemos alejarnos del flanco. Es lo más sensato —concluyó—. Que los dioses nos sean propicios.››

—¡Hacia la derecha! ¡Todos a la derecha! —ordenó—. ¡Seguidme!

Nairmar vio con desconcierto cómo toda la caballería del flanco derecho, de repente, en vez de atacar de frente a los jinetes enemigos como habían planificado, se alejaba al galope hacia la derecha como si huyeran del campo de batalla.

—¿Qué está haciendo Valghard? —preguntó Nairmar, sin esperar respuesta—. ¡Va a dejar desprotegido el flanco derecho! ¡Nos pasarán por encima!

Pero no fue eso lo que sucedió. Los miles de jinetes de Sharpast tenían órdenes específicas de masacrar a la caballería de ese flanco y no atacar a la infantería, por lo que persiguieron a la caballería que comandaba Valghard, que estaba alejándose del campo de batalla al trote. Nairmar tomó la única solución posible. Mandó un enlace a la colina para que trajera a los quinientos jinetes que había allí para que se situaran en el flanco desprotegido, pero primero tenían que atraer a la caballería enemiga de ese sector hacia las defensas de la colina. Eso era prioritario. Los quinientos jinetes acudirían después, pero eso no bastaría para defender el flanco. Necesitarían refuerzos.

En el flanco derecho del Imperio, la caballería de Sharpast comandada por Menkrod avanzaba primero al trote y luego al galope hacia los pocos centenares de jinetes que tenían en frente, pero éstos no cargaron hacia ellos como esperaba, sino que se quedaron parados.

‹‹Peor para ellos —pensó Menkrod—, los aplastaré como a hormigas.››

Cuando aún quedaba una buena distancia entre ambas caballerías los jinetes de Lindium dieron media vuelta y escaparon al galope colina arriba. Menkrod se sorprendió, pero no detuvo la carga, sino que ordenó que siguieran cabalgando en persecución de los jinetes de Lindium. Le daba igual matarlos allí que en la colina.

Nulmod se había adelantado en la colina con los arqueros para poder tener un mejor ángulo de visión y de disparo. Esperaban inquietos a tener a tiro a los jinetes enemigos. Desde el momento en el que Nulmod vio a la caballería enemiga avanzar ordenó que los arqueros se prepararan; éstos sacaron las flechas de sus aljabas, las colocaron en las cuerdas de sus arcos y esperaron la orden para tensarlos. Sus propios jinetes estaban llegando a su posición, perseguidos por el enemigo desde una buena distancia. Al llegar, los arqueros abrieron filas y dejaron que pasaran por los huecos que dejaban para entrar en las fortificaciones de la colina, en donde se refugiaron. Mientras eso ocurría, los arqueros seguían esperando la orden de Nulmod. Tenían que lanzar las flechas en el momento adecuado para maximizar las bajas del enemigo. La caballería imperial estaba ya muy cerca, avanzando con seguridad y sin oposición por el verde Llano de Goldur. Nulmod sabía que tenían que causar el mayor daño antes de que la caballería alcanzara sus defensas. No podían fallar. Cuando se hallaban a unos quinientos pasos de distancia, el general de Landor ordenó que tensaran los arcos y apuntaran, y esperó a que llegaran a cuatrocientos pasos para lanzar las flechas.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora