La Torre de Zigrug XII

1.7K 148 24
                                    

Salieron a un paso normal, pero una vez llegaron a las escaleras empezaron a correr para ganar tiempo. Iban tan rápido que no se dieron cuenta de que alguien estaba subiendo y chocaron con él, derribándole. Halon no supo qué hacer, si ayudarle a levantarse, salir corriendo o matarlo antes de que diera la alarma. Al final no hizo nada. Una vez se levantó, vio que se trataba de Turk, el guardia con el que había hablado amistosamente antes de llegar arriba.

—¿Qué mosca te ha picado, Halon? —le preguntó Turk, molesto por el golpe.

—¡Tengo prisa, Turk! —dijo Halon, recordando el nombre del soldado—. ¡Déjanos pasar!

—Precisamente venía a buscarte. Tardabas demasiado e iba a ver si te había pasado algo o... un momento, ¿quién es éste? —preguntó Turk, mirando a Elmisai.

—Es un viejo compañero, déjanos pasar.

—¡Viejo compañero! De eso nada —dijo Turk, sorprendido—. Yo te conozco, pero... no... No puede ser. ¡Es el rey de... Tancor! ¿Qué significa esto?

Halon y Elmisai desenvainaron sus espadas. Elmisai se preparó para asestar a Turk un golpe mortal, pero Halon le detuvo con la mano, mientras que con la otra, que sujetaba firmemente su espada, apuntaba a Turk.

—¿Qué haces? —le preguntó Elmisai, sin entender.

—No quiero que mates a este hombre —dijo Halon—. Es de Tancor. Él no es nuestro enemigo.

Turk estaba confuso, había levantado sus manos al temer por su vida, pero no entendía lo que sucedía.

—No quiero hacerte daño, pero si intentas hacer algo contra nosotros o nos delatas lo haré sin dudar —le dijo Halon a Turk, amenazadoramente—. Tira tus armas al suelo.

Turk obedeció, se desabrochó el cinturón y lo arrojó al suelo con la espada. Elmisai observó la escena perplejo. No entendía al joven mago que le había liberado. Turk estaba aún más asombrado.

—¿Estás loco? Esto es traición —dijo Turk mientras obedecía.

—No soy un traidor, ya que no pertenezco a Sharpast.

—Entonces eres un espía —dijo Turk, comprendiendo—. ¿Bueno y ahora qué? Jamás saldréis de aquí. Os cogerán. No podéis escapar de la torre.

—¡Tenemos que matarle o nos delatará! —insistió Elmisai.

—No le mataremos, no somos asesinos —dijo Halon, que se dirigió de nuevo a Turk—. Vendrás con nosotros y lo harás en silencio. Creo que te queda algo de fidelidad hacia tu antiguo reino. No delatarás a tu verdadero rey.

Turk permaneció en silencio sin poder mirar a Elmisai. Sus pensamientos y lealtades eran confusos. Su padre había luchado durante la Gran Rebelión por Elmisai cuando él todavía era un niño, pero hacía tiempo que habían sido derrotados. Él ya había aceptado la nueva situación. Ahora le debía lealtad al Imperio.

—Será mejor que me atéis las manos y los pies y me dejéis aquí —dijo Turk—, así no podré delataros y podréis andar más libremente.

—Puede pasar otro guardia y verle maniatado, entonces tendríamos problemas —dijo Elmisai—. Le llevaremos con nosotros.

—Bien. No perdamos más tiempo —dijo Halon—. ¡Vámonos!

Halon y Elmisai guardaron sus armas y llevaron a Turk por delante para que no hiciera nada que les comprometiera. Fueron bajando las escaleras con el corazón en la garganta. Nadie los detuvo. Los pocos guardias con los que se toparon apenas les prestaron atención. Fueron unos minutos agónicos, pero después de una larga bajada llegaron a la planta donde Arnust y los demás estaban prisioneros.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora