El Concilio de los Magos II

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Arnust se dirigía a la sala conciliar, el lugar donde el Consejo de Magos se reunía habitualmente. Había regresado a Oncrust con su aprendiz el mismo día del concilio, justo a tiempo. Su última misión en Sinarold les había retrasado más de lo esperado. Había tenido que buscar a un hijo bastardo del hermano del difunto emperador y traerlo consigo. No sabía por qué, pero era eso lo que el Gran Maestre de la Orden le había ordenado. Cumplieron con éxito la misión, llevando al bastardo hasta Langard, donde se quedó a cargo de uno de los magos de la Orden en esa ciudad, pero eso era intrascendente, al menos de momento. La reunión estaba a punto de empezar y él estaba ya en la sala conciliar. Aquella estancia se encontraba bajo la torre, aunque sin llegar a ser una cámara subterránea. Era una sala circular bien iluminada por unas vidrieras a los lados por las que pasaba la luz solar. En el centro de la sala había una gran mesa ovalada en la que muchos de los magos que iban a asistir al concilio charlaban amigablemente. Arnust, tras sentarse en su silla habitual, saludó a todos los magos que estaban cerca y comenzó una breve charla con ellos. Hacía años que no hablaba con muchos de sus viejos colegas, y había muchos asuntos que tratar.

A los pocos minutos apareció un anciano con una barba mucho más larga y canosa que la de la mayoría de los presentes. Se trataba de Blanerd el Sabio, el mago de mayor edad del Consejo y el más docto y poderoso de los presentes; era el Gran Maestre de la decadente Orden de Oncrust, el Líder del Concilio de Magos y Director de la Escuela de Hechicería de Oncrust. Nada más entrar, los presentes guardaron silencio y se pusieron de pie en señal de respeto. Blanerd se dirigió a su asiento, que se encontraba al fondo de la estancia. El veterano maestre era mayor, pero aún se movía con soltura y su fuerza vital estaba lejos de apagarse.

—Podéis sentaros —dijo Blanerd cuando llegó a su asiento.

Todos lo hicieron salvo él, que debía iniciar la sesión.

—Hermanos, doy comienzo el Concilio de Magos del año 1586. Como ya sabéis todos, el problema fundamental y único del que vamos a hablar es el de la guerra en el este. Se le da la palabra al hermano Rederest, quien ha estado presente en las últimas reuniones de los embajadores de Lindium para debatir la belicosidad del nuevo emperador.

Rederest, que se encontraba muy cerca de Blanerd, era uno de los magos veteranos más jóvenes de entre los presentes; su pelo conservaba su color natural, tanto en la cabeza como en el rostro, y su piel se mantenía erguida. Rederest se había ganado un puesto de importancia dentro del Consejo desde muy joven. Se levantó y comenzó a hablar:

—Amigos y miembros del Consejo de Magos de Oncrust —dijo alzando la voz para que todos le escucharan—. Las noticias del este son cada vez más preocupantes; el recién coronado emperador de Sharpast, al que todos conocemos como Mulkrod, ha cortado el comercio con los reinos de Lindium, señal inequívoca de las intenciones del nuevo gobernante. Su imperio ha comenzado a reunir a su gran ejército y a reagrupar a su flota. Estos sucesos solo significan una cosa: Mulkrod quiere invadir la pequeña península de Sinarold, el último de los reinos libres de oriente, y pronto lo conquistará si no hacemos algo para evitarlo.

Otro mago se levantó de su asiento; era Kraus, un mago relativamente joven que acababa de ser aceptado en el Consejo.

—¿Y qué pasa con las negociaciones? Que el Imperio reúna a sus huestes no es una novedad, no tiene por qué ser un acto de guerra. Esto se lleva repitiendo desde hace más de un siglo. El Imperio y Sinarold llevan enfrentándose entre ellos desde los tiempos de las primeras invasiones.

—Los indicios son claros —insistió Rederest, para contradecir a Kraus—. Mulkrod quiere la guerra. Según los informes que nos llegan desde el continente las tropas imperiales se están dirigiendo al norte- ¡A Sinarold!

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora