Arena, sudor y nubes negras VI

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Neilholm se había pasado lo que quedaba de noche supervisando cómo los hombres de Nigmor subían los víveres y pertrechos al barco que éste había puesto a su disposición. Al amanecer todo estaba listo para zarpar, pero no había ni rastro de sus compañeros. Era normal que se retrasaran. Llegar hasta allí llevaba su tiempo, pero la tardanza era preocupante. Podían haberlos descubierto mientras atravesaban la ciudad o tal vez no se atrevían a entrar en ella en pleno día.

‹‹Tardan demasiado —pensaba Neilholm, nervioso—. No creo que a Nigmor le importe esperar unas horas más mientras le paguemos... pero aun así no me gusta que tarden tanto. Espero que no les haya sucedido nada.››

Pasaron las horas y siguió esperando en vano, observando desde la cubierta del barco para ver si veía a sus amigos y compañeros. Cada vez estaba más nervioso. Nigmor se pasó por la embarcación en varias ocasiones para ver si sus acompañantes venían y cobraba el resto de lo estipulado. Empezaba a pensar que no aparecerían.

Después de largas horas de espera vio al fin una gran nube de polvo a lo lejos. Pronto se dio cuenta de que no solo se trataba de sus amigos, sino también de sus perseguidores, y estaban muy cerca los unos de los otros.

‹‹¡Maldición! —se dijo Neilholm mientras desenvainaba su espada—. Tendremos que luchar.››

Los jinetes entraron en la ciudad al galope y se dirigieron al puerto con la esperanza de encontrar a Neilholm, quien, al ver acercarse a sus amigos, empezó a gritar y a agitar los brazos con la espada en alto intentando llamar su atención y que fueran hacia él. Nigmor se quedó paralizado cuando vio lo que estaba pasando y por fin comprendió qué ocurría: había hecho negocios con unos fugitivos. No podía permitir que se llevaran su barco. Intentó echar a Neilholm de cubierta, pero ya era tarde. Los jinetes habían visto a Neilholm y comenzaban a subir al barco por una pasarela de madera; ésta era muy pequeña, por lo que solo podían ascender de dos en dos con los caballos. Habían subido la mitad de ellos cuando los jinetes enemigos los alcanzaron y comenzó la lucha.

Las espadas empezaron a chocar unas con otras y la sangre comenzó a derramarse. Dungor se quedó en retaguardia luchando a lomos de su caballo para que los suyos pudieran escapar. Desde la cubierta, los que habían subido ya al barco se dispusieron a defenderlo y, los que estaban armados con arcos y flechas, entre ellos Umdor, lanzaron sus proyectiles intentando cubrir a los hombres que quedaban luchando en tierra.

Arnust y Halon, ya en la cubierta del barco, observaron el panorama, pero no era muy alentador. Sabían perfectamente lo que tenían que hacer. Arnust apuntó con su vara a la masa de enemigos que se agolpaban sobre los pocos defensores que defendían la pasarela y Halon hizo lo mismo con sus manos. Una fuerte corriente de aire hizo que decenas de jinetes imperiales salieran propulsados hacia atrás. Muchos cayeron al agua o chocaron con sus compañeros de retaguardia, provocando el caos en sus filas. Los que estaban luchando junto a la pasarela aprovecharon ese momento de caos para subir con sus caballos al barco. Mientras lo hacían, algunos sharpatianos intentaban abordar el barco por otros puntos, pero éstos eran muy pocos y los defensores estaban ya preparados, poniendo fin a todos los intentos de abordaje. Una vez estuvieron todos los hombres a bordo, tiraron la pasarela al agua, cortaron las amarras, izaron las velas y pusieron rumbo a mar abierto. El barco empezó a alejarse poco a poco de tierra; entretanto, los soldados imperiales, frustrados por su fracaso, solo pudieron lanzar algunos proyectiles poco certeros mientras el barco se alejaba, hasta que éste quedó fuera de alcance.

Nigmor, aún sorprendido por lo que estaba pasando, seguía en el barco. No quería bajarse hasta que le dieran hasta la última moneda que le debían. Neilholm le dio el dinero que faltaba y le invitó a marcharse amablemente, pero después de que Nigmor soltara algunas maldiciones e improperios sobre sus madres, le arrojaron por la borda del barco de una patada. Muchos rieron mientras veían cómo Nigmor nadaba hacia los muelles a la vez que los maldecía.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora