Guerra en el Norte V

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A pesar de su desesperada situación, los defensores seguían resistiendo firmemente ante el empuje imperial, batiéndose con valentía y acabando con centenares de enemigos. Sus cuerpos se iban amontonando, llenando el campo de batalla de cadáveres. La lucha se volvió muy encarnizada. La disciplina de los soldados de Vanion conseguía infligir enormes bajas al enemigo, pero cada enemigo muerto era sustituido por otro; en cambio, cada soldado de Vanion muerto era una perdida insustituible. No tenían reservas con las que contrarrestar la superioridad del enemigo. Las murallas cayeron definitivamente y los defensores que quedaban allí se retiraron y se unieron a sus compañeros que defendían la puerta. Tomadas las murallas, los sharpatianos empezaron a bajar masivamente por éstas para unirse a la lucha. Los soldados de Vanion acabaron cediendo grandes palmos de terreno, retrocediendo más y más, luchando en un campo cada vez más extenso. El sector de la puerta iba a caer. Solo quedaba por saber en cuánto tiempo.

El comandante Harnas luchaba en primera fila contra innumerables enemigos que, conscientes de tener enfrente a un oficial, trataban de rodearle. Tras abatir a muchos de ellos, la punta de una lanza que no vio a tiempo penetró en su armadura y le hizo caer al suelo mal herido. Justo cuando iba a ser rematado por su agresor, Malliourn, que se encontraba combatiendo muy cerca, le partió el cráneo con un golpe certero de su espada. De inmediato, los soldados que se encontraban cerca formaron una barrera de escudos para proteger a su comandante herido.

—Te sacaremos de aquí —le dijo Malliourn cuando se agachó para asistirle.

—No. No lo hagáis, no puedo mover las piernas —dijo Harnas—. No servirá de nada.

Malliourn obedeció con resignación. Harnas miraba hacia el cielo y se reía.

—Creo que... creo que no he hecho honor a mi apodo —dijo sin parar de reír.

Malliourn comprendió por qué se reía.

—Duro como un roble. Te han atravesado con una lanza y sigues aquí entre nosotros. Cualquier otro estaría ya muerto.

—No has debido salvarme —dijo Harnas, a la vez que escupía sangre y tosía—. De ésta no salgo.

Malliourn se dio cuenta de que la punta de la lanza que había atravesado el pecho de Harnas sobresalía por su espalda.

‹‹Tiene razón; no va a salir de ésta. Está perdiendo mucha sangre.››

—¿Hay algo que podamos hacer por...?

—¡Escúchame! —le dijo Harnas, interrumpiéndole—. ¡Te nombro comandante de lo que queda de este ejército! ¡La batalla está perdida! Retira a los hombres y sácalos de este infierno. Ordena que los enlaces partan inmediatamente a todos los campamentos fortificados para que los demás regimientos se retiren al norte. La muralla ha caído, es inútil... es inútil resistir.

—Lo haré.

—Me hubiera gustado tener un funeral... apropiado, pero al menos voy a morir como un soldado. Te deseo... te deseo... suerte.

Dichas estas últimas palabras, Harnas cerró los ojos para no volver a abrirlos. Su cabeza se desplomó en la nieve embarrada y encharcada con su propia sangre.

‹‹Lo enterrarán en una fosa común con el resto de los que caigan hoy —pensó Malliourn, tristemente—. Quizá con suerte le incinerarán.››

Malliourn no dejó el cuerpo hasta asegurarse de que ya no respiraba, entonces se levantó y miró el terrible panorama que tenía delante.

‹‹Estamos perdiendo la batalla y hemos perdido el muro.››

Ahora él era el responsable de las vidas de aquellos hombres. Sabía que si se quedaban morirían hasta el último de ellos, de modo que, sin perder un solo instante, ordenó que los hombres de retaguardia retrocedieran y formaran una nueva línea de combate mientras la vanguardia aguantaba. También mandó a alguien para dar la orden a los enlaces de partir a los campamentos fortificados para que todas las unidades del ejército de Vanion en los sectores más cercanos se retiraran a la capital. Éstos, sin esperar a que terminara la lucha, partieron con presteza a cumplir sus misiones.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora