El Bosque Maldito II

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Prosiguieron con su avance a pesar de las reticencias de la mayoría. Malliourn estaba de acuerdo con sus hombres, deseaba marcharse del bosque, quería estar lo más lejos posible de él, pero no podía permitir que el desánimo cundiera más en ellos; tenía que alentarlos para que continuaran. Regresar ya no tenía sentido, pero aun así preferían volver tras sus pasos antes que quedarse. Todos empezaban a pensar que el bosque realmente estaba maldito.

‹‹Ya estamos cerca, ya llegamos —se repetía a cada minuto—. La resistencia no tardará en encontrarnos. Este es su bosque, nada escapa a sus ojos. Tienen que encontrarnos.››

Continuaron avanzando con los estómagos casi vacíos y con pocas esperanzas, pero con fuerzas suficientes para seguir y seguir.

Una mañana empezaron a escuchar un ruido muy molesto que irritaba a los caballos. Según avanzaban, el ruido aumentaba y los caballos comenzaron a ponerse nerviosos.

—¿Qué ocurre? ¿Qué es ese ruido? —preguntó Melas, que avanzaba por delante de los demás. Su caballo estaba mucho más nervioso que el resto.

Aquel ruido era una especie de silbido, un sonido que penetraba por los oídos, molestando a los jinetes y, en mayor medida, a los caballos, los cuales se mostraban cada vez más nerviosos.

—Este sonido los inquieta —dijo Darm.

—¿De dónde vendrá? —preguntó Melas con curiosidad.

—A mí me preocupa más saber qué es —dijo Darm—. Parece que viene de la otra orilla del río.

—Manteneos alerta —les dijo Malliourn—. No sabemos qué es lo que lo provoca.

Se detuvieron para buscar anomalías, pero no vieron nada fuera de lo normal; sin embargo, el sonido aumentaba, como si se estuvieran acercando a ellos. Los caballos estaban cada vez más histéricos y comenzaron a dar saltos y a golpear al aire con las patas. Éstos, encabritados, fueron derribando uno a uno a sus jinetes. Todos acabaron en el suelo y los caballos salieron cabalgando en la dirección contraria de la que venía el sonido, alejándose aterrorizados. Los jinetes, tendidos en el suelo, se levantaron e intentaron inútilmente alcanzar a alguno de los caballos, pero desaparecieron entre los árboles. Sin darse cuenta se habían alejado del río.

—¡Volved! —gritó Darm—. ¡Malditos animales!

—¿Ahora qué hacemos? —preguntó Melas.

—¡Silencio! —dijo Malliourn.

‹‹Algo no va bien —pensó Malliourn.››

El sonido que provocó la huida de los caballos ya no se percibía, pero otro ruido se empezó a oír en la lejanía, un sonido que reconocieron enseguida. El de un montón de pisadas provenientes de la misma zona por donde los caballos habían escapado. Alguien venía y se acercaba a ellos a gran velocidad.

‹‹¿Qué es lo que sucede? ¿Qué está pasando.››

—Este bosque está maldito —dijo uno de sus hombres—. ¡Tenemos que irnos!

Darm desenvainó su espada y los otros le imitaron. Estaban asustados, pero listos para combatir. No les temblaría la mano. Antes de ver lo que los atacaba, uno de los escoltas cayó al suelo fulminado. Melas se agachó para ayudar a su compañero, pero él cayó de la misma forma. Malliourn comprendió enseguida. Tenían que escapar de allí o sufrirían el mismo destino.

—¡Corred! ¡Salgamos de aquí!

Todos corrieron lo más rápido que podían en dirección contraria a la de las pisadas, pero aun así no podían evitar seguir oyéndolas tras ellos. Se les echaban encima.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora