La retirada hacia el oeste I

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Al oeste, a muchos kilómetros de distancia de donde se había librado una gran batalla en un llano conocido como Goldur, un ejército perdido en la inmensidad regresaba a la costa; lo hacían con prisa, pero sin llegar a las marchas forzadas. Ya no había ningún peligro aparente tras su retaguardia.

El ejército de Lindium llevaba semanas recorriendo las inmensas espesuras de Tancor, sus montañas y valles, sus ríos y lagos; el mismo recorrido que pocos meses atrás habían tenido que hacer para intentar tomar la capital del Imperio, pero, contra todo pronóstico, el ejército imperial les había hecho frente en una batalla de proporciones épicas en la que los dos bandos se desangraron durante largas horas hasta que el ejército de Lindium logró poner en fuga al imperial. Sin embargo, a pesar de esa aparente victoria, la ventaja obtenida desapareció al día siguiente, pues otro numeroso contingente llegó en auxilio del Emperador. Ante esas circunstancias, los generales del ejército combinado de Lindium no tuvieron más alternativa que retirarse, y de eso hacía varias semanas.

Estaban cansados, hambrientos, hartos de las largas caminatas y con la moral por los suelos. No sabían si marchaban derrotados o victoriosos, lo que sí sabían era que lo que vendría después no sería nada bueno. No obstante, regresaban a casa, o eso creían. La guerra no había terminado, aunque los soldados pensaban que todo se solucionaría con un armisticio.

‹‹Si no, ¿qué sentido tenía que retrocedieran? —pensaban.››

Hacía menos de un mes que habían derrotado a un ejército muy numeroso, infringiéndole grandes pérdidas, pero la llegada de un nuevo ejército había complicado las cosas. Sin embargo, ya habían vencido una vez, podían volver a hacerlo. Para ellos no tenía ningún sentido huir de esa forma, pero lo estaban haciendo, huían como perdedores. Los altos mandos habían tomado esa decisión para salvar al ejército, una decisión que no había sido muy popular entre los soldados, y más cuando en el transcurso de los días la comida empezó a escasear.

El problema del aprovisionamiento era algo que los generales llevaban temiendo desde antes de empezar la campaña. Las caravanas con las provisiones llegaban con cada vez menos frecuencia y en menor número. Según los exploradores, había problemas en las líneas de comunicaciones puesto que las gentes leales al Emperador: soldados enemigos dispersos y pequeños grupos de hostigamiento pagados por agentes imperiales, estaban atacando a las caravanas de suministros y muchas de éstas no llegaban. Se veían obligados a racionar los alimentos para que hubiera comida para todos y aun así no era suficiente. Los soldados tenían que andar grandes caminatas todos los días con los estómagos medio vacíos. La moral decaía cada nuevo día. Todo parecía ir de mal en peor. Al menos nadie les hostigaba por la espalda ni sufrían ataques de ningún tipo. Los ejércitos imperiales parecían haber desaparecido. No obstante, siempre estaban alerta, como si un enemigo invisible pudiera aparecer en cualquier momento.

Los oficiales, consternados por la situación pero sabedores de la necesidad de mantener el orden, solo podían prometer comida en abundancia cuando llegaran a la costa, pero aún estaban lejos, atravesando las Colinas de Hast. Todavía les quedaba un largo recorrido.

Maorn, que se había integrado en la guardia personal de Nairmar, marchaba siempre junto al príncipe, aunque no como parte de la guardia real de Vanion, como los demás escoltas, sino como su guardaespaldas personal. Solía cabalgar junto con Nairmar y su escudero, asistiendo con regularidad a las reuniones de oficiales, lo que le permitía enterarse de muchas de las decisiones que se tomaban mucho antes que el resto del ejército, pero en ellas él solo era uno más del montón. Su protagonismo era nulo, puesto que nunca recurrían a él para nada, era como si se hubieran olvidado que él era el portador de la Espada. El asunto de las Espadas parecía no ser ya prioritario y, el hecho de tener una de las Cinco de su lado, parecía no importar.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora