Al norte, en medio del Imperio de Sharpast, un grupo de jinetes avanzaba presto por verdes campiñas y firmes calzadas buscando un objeto que el Emperador había solicitado. Glarend, de tanto cabalgar, llevaba días con un dolor muy molesto en la espalda. Aunque ya estaba acostumbrado a realizar largos viajes y siempre había tenido molestias al montar, ahora la espalda le dolía de verdad y no tenía nada con lo que calmarlo. El licor de tebano le quitaba el dolor, pero también le volvía medio idiota, y necesitaba mantener la cabeza en su sitio. Mulkrod quería que encontraran la espada con rapidez, por lo que apenas habían tenido tiempo para detenerse a descansar en lugares decentes. La mayor parte del tiempo dormían al raso y las noches empezaban a ser frías. El otoño estaba cada vez más cercano, aunque los días seguían siendo tan calurosos como de costumbre. Solo dormían en cama cuando llegaban a algún pueblo o ciudad, en donde exigían, en nombre del Emperador, que se les diera cobijo y alimento, pero muchos de los días no encontraban casi ningún signo de civilización y se paraban a pasar la noche al raso. El Imperio era enorme y había muchas áreas deshabitadas.
Glarend había recorrido grandes distancias acompañado de Marmond, Menkrod, Solrac y una escolta de cincuenta jinetes con un objetivo común: conseguir tres de las Espadas de una sentada; un plan ambicioso que él mismo había promovido. Si todo iba como esperaba, el Emperador tendría pronto en su poder cuatro de las Cinco Espadas, y entonces ya solo quedaría una de ellas por hallarse.
El hermano pequeño del Emperador, Menkrod, cuando les ofrecían cobijo para pasar la noche en un castillo o en una villa, pueblo o posada, se las arreglaba para atraerse a su lecho a la hija del Señor de turno, la mujer de un alcalde, la hija de un posadero o una prostituta si no tenía otra cosa. Menkrod necesitaba desahogarse después de una larga jornada a caballo, por lo que muchas noches las pasaba acompañado con alguna mujer. Glarend oía a veces los placenteros gemidos de la invitada de Menkrod, bien en la habitación contigua de una posada, en las letrinas de un castillo o en las inmediaciones del campamento. Nada podía hacer para evitar oír el sonido, salvo marcharse a dar un paseo y rezar para que cuando regresara hubieran acabado.
‹‹Si este idiota no fuera hermano de quien es ahora estaría muerto —pensó Glarend—. No piensa con la cabeza.››
Marmond, en cambio, era más sensato que su gemelo y no tan mujeriego.
‹‹Al menos no llama tanto la atención cuando quiere acostarse con alguna joven.››
Marmond prefería relajarse bebiendo unos vasos de vino junto al fuego; lo hacía con sus hombres, quienes le admiraban y respetaban.
‹‹Es uno de ellos, un soldado más. Marcha a la batalla en primera línea, padece las penurias de los soldados y es más inteligente que su hermano. Aunque, al igual que Menkrod, no desaprovecha una oportunidad de atraerse a alguna bella mujer a su lecho. Aunque con el parche en el ojo y sus cicatrices en la cara ya no parece tan atractivo como su gemelo. Muchas veces invita a sus hombres a burdeles, algo poco común en alguien de su categoría.››
En las pocas semanas en compañía de los hermanos del Emperador les había conocido mejor que en los años que había pasado en la corte imperial. De momento estaba siendo un viaje largo e incómodo, y todavía le quedaba un largo recorrido.
Al llegar al Llano de Goldur la columna se separó en dos grupos: uno liderado por Marmond y Solrac, junto con veinticinco jinetes, que se dirigieron al sur, y otro con Menkrod y Glarend encabezando al resto de jinetes en su camino hacia el norte. Cada grupo tenía una misión diferente, pero a la vez muy similar: encontrar las Espadas.
Glarend y Menkrod pasaron cerca del Bosque Maldito para llegar a Farlindor, pero en ningún momento se les ocurrió cruzarlo; todos habían oído historias terribles sobre el bosque. En una ocasión durante la Gran Rebelión un ejército imperial se adentró en él y jamás regresó, siendo aniquilado en su interior, pero lo peor para la moral de la tropa fue que en los meses siguientes fueron apareciendo sus cadáveres mutilados expuestos por el lindero del bosque. La resistencia utilizaba el miedo como arma, y les había funcionado bien. Eran una lacra que el Imperio no podía erradicar, una lacra que los emperadores habían tratado de combatir inútilmente.
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Sangre y Oscuridad I. Las Cinco Espadas
FantasíaLas Cinco Espadas es una novela fantástica de tintes épicos llena de aventura, magia, guerras, política, acción, batallas espectaculares, dramatimo, intriga, amor y mucho más. Sinopsis Tras años de paz, nubes de tormenta se ciernen sobre Veranion. E...