Sangre en la nieve VI

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Los días siguientes fueron algo más tranquilos. No se realizaron más ataques de gran magnitud, solo pequeñas escaramuzas que intentaban coger desprevenidos a los centinelas, y que siempre acababan con la pronta retirada de las tropas imperiales.

Los bombardeos prosiguieron diariamente. Las catapultas, onagros y trabuquetes lanzaban proyectiles incendiarios por la noche y pedruscos por el día, para así mantener ocupada a la guarnición en todo momento, provocando un caos monumental. Debido a los impactos de los proyectiles en los edificios, buena parte de la ciudad acabó seriamente dañada, con casas totalmente asoladas y edificios en ruinas. Los hombres formaron grupos anti incendio y de desescombrado encargados de apagar los fuegos que los proyectiles provocaban, de buscar supervivientes entre los restos de los edificios derruidos y limpiar las calles de escombros. Trabajaban por turnos para tener a hombres descansados en todo momento y no verse sorprendidos cuando el enemigo atacara de nuevo; necesitaban ahorrar fuerzas. Los bombardeos se intensificaron en algunos sectores de la muralla, derruyendo algunas partes por donde la infantería de Sharpast podía pasar masivamente. Por el día, las dotaciones de balistas y los arqueros en la muralla practicaban puntería con aquellos que intentaban llegar a las brechas, mientras que por las noches, los ingenieros y obreros se las ingeniaban para reconstruir el muro derruido o para formar una empalizada tras la brecha, impidiendo así que, al día siguiente, un ataque generalizado consiguiera penetrar por ella. De este modo se lograba mantener protegida la ciudad con las improvisadas fortificaciones levantadas, pero también se creaban puntos débiles donde las defensas eran más frágiles.

Uno de aquellos días, Dungor pidió la presencia de Malliourn en una de las habituales reuniones del Estado Mayor de Sinarold. El oficial de Vanion asistió a la reunión, donde escuchó las estúpidas proposiciones que allí trataban. Unos hablaban de negociar la rendición, otros de intentar una salida y abandonar la ciudad para refugiarse en Taxos, o incluso huir a Vanion. Dungor desechó todas esas opciones. Jamás se rendiría ante Sharpast y no iba a permitir que su pueblo huyera y abandonara sus hogares, convirtiéndose en vagabundos sin patria.

—Lucharemos hasta la victoria o la muerte —sentenció Dungor.

Cuando acabó la reunión, Dungor se acercó a hablar con Malliourn.

—El fin está cerca; ya no hay nada que hacer. A mis ayudantes de campo ahora solo les preocupa intentar salvar sus vidas y las de sus familias. No podré controlarlos por mucho tiempo. Sin la figura del rey que me secunde yo no puedo imponerme; pero ya da igual, pronto estaremos muertos. Tú y tus hombres podéis marcharos en vuestros barcos cuando queráis. Volved a casa, nada tiene sentido ya. No tenéis por qué morir aquí. Ésta no es vuestra guerra.

‹‹Ha perdido la fe en la victoria —pensó Malliourn—. Al igual que todos. Pero no puede perder la esperanza, no mientras sigan defendiendo la ciudad.››

—No nos iremos —dijo Malliourn—; ahora también es nuestra guerra. Tenemos derecho a estar aquí y luchar y, si hace falta, también a morir.

—Es cuestión de días que la ciudad caiga. Están preparando un gran ataque, y esta vez no podremos detenerlos. Saquearán la ciudad, matarán a los hombres, violarán a las mujeres y no sé qué harán con los niños. Vete antes de que sea demasiado tarde.

‹‹Ya no podrán usar su flota, necesitarán hasta el último hombre para defender las murallas. Nos necesitan, no pueden conseguirlo sin nosotros. De aquí no nos movemos.››

—Solo nos iremos si la ciudad cae —dijo Malliourn—, pero no antes. Aún podemos detenerlos. Si nosotros nos vamos entonces la ciudad sí que está perdida.

—La decisión es tuya. De todos modos, he ordenado que aprovisionen vuestros barcos para que podáis volver a casa. Es lo menos que puedo hacer por vuestra ayuda. Ha sido un honor luchar a tu lado.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora